Fernando Soto

Al ciudadano Camacho

30 de octubre 2010 - 01:00

QUIERO recordarte en las prisiones franquistas, con todo el cariño de una buena amistad y la profunda coincidencia política que entonces tuvimos. Creo, además, que las Comisiones Obreras, que tú tanto contribuiste a forjar, fortalecer y engrandecer, fueron entre los años 73-83, el verdadero faro alumbrador de la lucha antifascista contra el franquismo, como de la brega intensa para recuperar y asentar la democracia. Luego ha llovido mucho, querido Marcelino, y cada uno de nosotros, en nombre de la libertad conquistada, encarrilamos nuestras vidas en sendas algo divergentes; no mucho, creo, pero no tan coincidentes como en el período mencionado.

Nos conocimos en París a finales de 1965 (acaso 1966, que me falla la memoria en cuanto a fechas), en aquellas reuniones tan "productivas" que organizaba el PCE. Todos volvíamos a España, a nuestros respectivos trabajos, sabiendo algo más que a la ida. Y cuando legalizamos nuestra amistad mediante aquel encuentro pactado en el Círculo Manuel Mateos de Madrid, pocos meses después, comencé a visitar tu casa, tu humilde casa. Allí cabíamos y éramos recibidos cariñosamente por Josefina y tu hermana Vicenta. Así ganábamos parcelas de libertad, quizás todavía a niveles personales, pero no por ello menos importantes.

En la cárcel nadie te ganaba en combatividad, acaso con un puntito de exceso, mientras que yo tenía cierta tendencia a la contemplación, lo reconozco. Pensaba que ya estábamos presos, mientras que tú buscabas sin reposo algún resquicio por donde arremeter contra el régimen franquista. Nos parecíamos algo en cuanto a necesidades materiales, aunque en ti destacaba un ascetismo ciertamente riguroso que yo nunca podría alcanzar. Eso sí, las naranjas te las dejábamos para que tomaras zumo de naranja como antídoto para tu enfermedad. Llegaste a leerme tus cartas a Josefina, a todas luces una pasada de compañerismo y que me hacían sentir rubor por lo excesivo de tu confianza conmigo. Pero así eras por aquellos años.

El Informaciones lo cazabas al vuelo; nadie era capaz de hacerse con el ejemplar del periódico antes que tú. Luego nos amontonábamos en la celda de Miguel Ángel Zamora a tomar café y ejercías de lector. Eduardo, Juanín y otros compañeros, con sus ganas de vivir, te dieron algún que otro enfado y acudíais a mí como intermediario. Se trataba de enjuiciar conductas de comportamiento familiar o casero, siempre por encima moralmente de la media de gentes de gran corazón, pero que a ti, tan estrecho para esas cosas, te parecían delictivas. Pensé alguna vez que eras algo así como un sufridor de oficio, como un monje laico, que gozaba viviendo mortificado.

Todos aquellos compañeros de los que te quejabas hicieron luego junto a ti mucho más recorrido político que yo. Así de complejas son las relaciones humanas. En todo caso, deseo de todo corazón honrar con estas líneas a mi admirado Marcelino Camacho, al ciudadano Camacho.

stats