
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Rearme y mili
La aldaba
Está la mar de bien que la empresa Adif asuma las obras que se necesitan en la estación ferroviaria de Santa Justa para que sea un edificio decente y digno de la capital de una Andalucía con 8,5 millones de habitantes. Se rebajarán accesos para facilitar la movilidad de discapacitados en particular y el manejo de los equipajes en general. Santa Justa sufre un deterioro considerable. En demasiadas ocasiones es un suplicio llegar a pie a la estación arrastrando la samsonite. La estación se ha vuelto un tanto antipática, inhóspita e incómoda. Digamos que es un lugar poco agradable y que no parece de Sevilla. Hoy se lleva mucho el efecto trampantojo, que las cosas no parezcan lo que son o lo que siempre han sido. Pones Santa Justa en Albacete, Bilbao o Vigo y encaja perfectamente. No hay un solo bar de la estación que evoque a la ciudad. El de mayor tamaño y privilegiada ubicación es de una conocida cadena de comida rápida. ¡Hamburguesas para desayunar en la tierra del aceite de oliva! Ocurre como con las entidades bancarias que ahora tienen unos diseños oscuros, con estancias minimalistas con mesas y sillas sin mayores concesiones. Parecen lugares donde pedir un gin tonic o convocar una sesión de terapia. Hay hoteles a la verita de la Catedral con entradas tan oscuras que parece que accedes a una discoteca en la que solo falta el cañón de humo frío. Y restaurantes pretenciosos que parecen entidades bancarias porque te recibe un señor o señora con traje de ejecutivo, la pantalla digital en la mano y ese saludo con calculada frialdad que deja claro que no se admiten tiesos.
Es el mundo al revés. ¡Si hasta hay casas de hermandad que parecen hoteles de la cadena NH! Pues esperemos que Adif procure algún día que Santa Justa parezca la estación de Sevilla, porque es la prolongación de un centro histórico cada día más despersonalizado. Se parecen tanto la estación y el centro que el pavimento de Santa Justa está tan cochambroso como el firme de adoquines de la calle Zaragoza, las baldosas que bailan en la Plaza Nueva o las que se mueven descaradamente en la Alfalfa como ha probado con fotos y vídeos el historiador Álvaro Pastor. Nos está quedando una ciudad preciosa con una estación a la medida. Nunca la degradación se produce en un sector aislado. Ni mucho menos es culpa exclusiva de un gobierno que al menos ordenó la reparación inmediata de la referida chapuza de Zaragoza o ha colocado hermosas farolas fernandinas (de Fernando Vázquez, el gerente) en Sierpes. Pero la ciudad merece más. Mucho más.
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