¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Uno de los logros mayores de la iconografía cristiana es la representación de la Inmaculada Concepción. Y tuvo lugar, fundamentalmente, en Sevilla. ¿Cómo representar a la Virgen liberada del pecado original antes de nacer? Véanse las obras de los sevillanos de nacimiento o adopción Pacheco, Zurbarán, Velázquez, Murillo, Montañés o Mesa y se comprenderá la delicadeza, inteligencia y asombrosa capacidad de visualización con los que la artísticamente poderosa Sevilla de la primera mitad del siglo XVII lo logró.
En el origen teológico occidental de la Inmaculada -porque en el oriental tiene su propia historia vinculada desde el siglo II a la maternidad milagrosa de Santa Ana narrada en el Protoevangelio de Santiago- están Duns Scotus y los franciscanos en el siglo XIII. Pero en su representación está Sevilla. Y esta es tal vez la mayor gloria artística de las muchas que atesora esta ciudad. En torno a 1610 fijó Pacheco esta iconografía, que en 1649 definiría en El arte de la pintura, en la Inmaculada que pintó para el Palacio Arzobispal sumando tradiciones anteriores como la de la Tota Pulchra, la visión de Santa Beatriz de Silva -fundadora en el siglo XV de la Orden de la Inmaculada Concepción- o las letanías lauretenas, así llamadas por su origen en el siglo XVI en el monasterio de Loreto.
Sevilla no inventó la iconografía de la Inmaculada, pero la definió y fijó a través de excepcionales representaciones de influencia mundial: en pintura las de la National Gallery de Velázquez (1618), la del Prado de Zurbarán (1628) o la Colosal del Museo de Bellas Artes de Sevilla de Murillo (1652); en escultura la Carmelitana de Juan de Mesa del convento de las Teresas (1610), la del Alma Mía del flamenco Hernando Guilman de San Antonio Abad (1615) -que se tienen por las dos más antiguas imágenes escultóricas inmaculistas sevillanas-, las de Alonso Cano de San Andrés y San Julián (1620-1632) o la asombrosa -puro silencio esculpido, como su hijo Nazareno del Salvador- Cieguecita de Montañés de la Catedral (1631).
Este es el milagroso logro iconográfico sevillano que -no quiero ni puedo olvidarla--tiene su más graciosa representación en la Pura y Limpia del Postigo, la más chiquita, la única que está a pie de calle, pero también la única imagen sevillana que ha presidido una misa oficiada por un Papa.
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