Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Me hubiese encantado ser un gran crítico literario, pero no ha podido ser por un impedimento físico. Soy incapaz de terminar los libros que no me están gustando. Sin embargo, un buen crítico critica: tiene que decir a sus lectores qué es lo bueno, por supuesto, pero también qué es lo malo, y encima por qué. Para eso hay que leer lo malo muy bien y yo lo huelo de lejos y, si me acerco, me entran las bascas y los bastos. Me he tenido que contentar con un agradecimiento muy sincero a los críticos que son capaces de vérselas con lo malo y avisar. Su trabajo sucio por el bien de la sociedad no está pagado.
Con los artículos de costumbres pasa lo mismo. Me hubiese encantado escribir un artículo muy duro con la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, pero me olía mal desde muy lejos, y me dediqué a más honestos menesteres que a verla. Luego me he enterado de que, en efecto, mi instinto no falló. Me ahorré el disgusto, el mal rato, el asco y el enfado, aunque ahora sólo puedo hablar por los resúmenes que he visto.
No he visto todo, menos mal, pero bastante. Se ha hecho burla de la decapitación de la reina María Antonieta, dando la razón a Edmund Burke, que, cuando se perpetró aquel crimen, escribió: “La edad de la caballería ha acabado. La de los sofistas, la de los economistas y contables ha llegado; y la gloria de Europa yace extinta para siempre”. Además, se ha convertido la ocasión festiva en una propaganda de lo queer y lo que se llama “el orgullo”. Yo me pregunto por qué. Si se trata de una Olimpiadas lo propio es celebrar el deporte, la sana competitividad, lo de “más alto, más fuerte y más rápido”, berenjenales ideológicos. Lo que se ha hecho ofende a unas porciones muy amplias de la humanidad, y lo hace gratuitamente. No gustará ni a cristianos, por descontado, pero tampoco a musulmanes ni a judíos ni a nadie con buen gusto, porque se ha puesto, por encima de la belleza y de la solemnidad, la provocación y el feísmo.
Sólo se me ocurre una ventaja. Ganarán más medallas los mejores, porque correrán más rápido para salir escopetados –en el mejor sentido– de París. Saltarán más alto porque más bajo no se puede caer. Serán más fuertes, porque se requiere muchísima resistencia para soportar tanta estupidez malintencionada. Mucho ánimo a nuestros deportistas y que pasen pronto estas olimpiadas vergonzosas. Las podré criticar poco, porque veré lo mínimo.
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