Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/Testigo del Concilio del que nace la Iglesia que ha llegado a nuestros días, sacerdote que prefiere siempre la frontera y conocedor natural de todas las Sevillas. Hoy se celebra a las once de la mañana en la iglesia del Señor San Jorge, en el Hospital de la Caridad, una eucaristía en acción de gracias por tantísimos años de ministerio pastoral de don Pedro Ybarra Hidalgo (Sevilla, 1931). Muchos de sus hermanos en el sacerdocio, muchos feligreses, muchos alumnos que lo fueron en las aulas del viejo San Telmo se reúnen para agradecer la labor de quien siempre prefirió ejercer en la trinchera, en el territorio hostil, donde más se necesita el esfuerzo de quien tiene claro su papel.
El cura Perico, que fue niño paje del Silencio antes que sacerdote de la Iglesia de Sevilla, está recibiendo todos los honores que merece por tantísimos años de servicio a la Archidiócesis. Hace un año que muchos sevillanos, entre ellos Rafael Belmonte y Gabriel Montoro, promovieron una calle para don Pedro donde más le podía gustar: en el Hogar del Pensionista de Bellavista, el barrio al que sirvió en los años de la Transición. Y allí estuvo Carlos Aristu, secretario general de Comisiones Obreras en Sevilla para reconocer y agradecer el apoyo de este sacerdote para que el sindicato pudiera operar en los años de la clandestinidad. Hoy se celebrará la misa en la Caridad y habrá una visita a la capilla de San Telmo donde aguarda siempre la Virgen del Buen Aire, la misma a la que don Pedro rezaría en sus años de estudio y docencia en el antiguo palacio de los Montpensier.
“Don Pedro, he perdido la fe”, le dijeron una vez con urgencia de beata. Y la respuesta fue de sabio: “Que te crees tú que las has perdido... Y te crees tú que la tenías”. Siempre tuvo todo a favor para tener una vida cómoda como abogado, pero quiso complicársela como sacerdote. La vida sin trinchera carece de interés. La fuerza de la vocación puede con todo. Lo ves de paseo por la Avenida y no hay duda entre los que vamos apretados en el tranvía. “Ahí va un cura”.
Tardó mucho en ser canónigo porque le han importado siempre muy poco esos honores. Nunca quiso dejar las plazas difíciles, donde pastorear las ovejas complicadas. Cuando cumplió 90 años le dedicamos un artículo y se presentó en el periódico para dar las gracias luego de subir la escalera sin necesidad de ayuda. Dejó una nota manuscrita que hoy agradecemos como lo hacemos con quienes le han preparado un miércoles especial con el párroco de Santa Cruz al frente, nuestro profesor Eduardo Martín Clemens, y tanta buena gente de la diócesis de San Isidoro, San Leandro, Santa Ángela, los beatos Marcelo Spínola y Manuel González y los buenos sacerdotes de Sevilla.
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