¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Me gusta conducir. Lo mismo me da una autopista de 4 carriles que una comarcal. Para mí es un placer y nunca me da pereza. Manejar, como dicen los transoceánicos, me regala la oportunidad de pensar, organizar mi vida y tomar decisiones. Sevilla-Sanlúcar, Palencia-Sevilla, Burgos-Santander, Jerez-Granada, me da igual. Trayectos que son ratos de meditación y que me permiten escribir mentalmente. Obviamente, cuanto mejor es el coche, más disfruto, pero no le hago ascos a una tartana. Una vez llevé el camión de mi propia mudanza y disfruté más que un mono con la vertiginosa sensación de conducir a esa altura un vehículo tan grande. Pero, como no podía ser de otro modo, hay una excepción: conducir por Sevilla. Imagino que me pasaría lo mismo si viviera en cualquier otra ciudad más o menos grande. El coche en Sevilla acaba conmigo y con mis nervios. Me rompe la armonía. Por eso, hace casi 20 años que me muevo en bici. Sevilla es perfecta para el ciclista. Es plana, tiene carril por todas partes y casi nunca llueve. Me alegra la vida convertir mis desplazamientos capitalinos en paseos gozosos con las mejores vistas.
Tenemos mala fama los ciclistas urbanos, cuando en realidad los que deberían tenerla son los ciclistas urbanos mal educados. El problema no es la bici, el problema es la corrección. Un ciclista sin educación es un peligro porque arrasa por donde pasa. Sobre las dos ruedas es tan necesaria la cortesía como en la sala de espera de un centro de salud. Mas aplíquese no solo a los velocipedistas, sino a cualquier tipo de ser humano. La falta de urbanidad en los distintos ámbitos de la vida es agotadora y desagradable. No tiene nada que ver con lo instruido que uno sea, ni con la cultura o formación, tiene que ver con los modales. Pedir las cosas por favor y dar las gracias está bien, pero es insuficiente. Se puede tener un gran conocimiento del protocolo, cumplir a rajatabla con normas sociales que tienen mil años, y ser un cretino en esencia.
Ser educado es, indefectiblemente, ser agradable. Una sonrisa franca, una mirada directa y clara, la palabra amable, actitud servicial, comportamiento tranquilo, no llamar la atención y ser prudente. No hacerte el gracioso (ojo con las bromas), serio en las formas y afable en el trato. Tener sentido del humor. Alejarse de las quejas y el victimismo. Ser capaz de pedir disculpas, admitir que uno se ha equivocado y cambiar de opinión. Es decir, ser humilde. Dejar armonía a tu paso, no desorden y caos. En las antípodas de la gentileza y la corrección están la vagancia y la avaricia. En definitiva, no hay nada más atractivo e influyente que una persona bien educada.
Personalmente, algunas de estas condiciones me salen de forma natural, en otras tengo que poner gran esfuerzo para obtener un éxito relativo, y, en otras, fracaso estrepitosamente. Pero lo intento.
Doy por sentado que habrá quien esté en desacuerdo conmigo. Tendrá que escribir su propio artículo.
Por otro lado, si al leer esto usted ha sentido algún tipo de escozor, lo más saludable es nunca darse por aludido.
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