¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El ensayo general de la Magna
DE POCO UN TODO
MIENTRAS los famosos se desgañitan cantando a la alegría, van al paro cuatro mil y pico personas al día, se rompe un matrimonio cada cinco minutos y las cifras del aborto se disparan como una ametralladora. Desde luego, no seré yo el que discuta con los celebérrimos cantantes el hecho de que la alegría necesita ser defendida. En eso estamos de acuerdo, trailará.
Aunque mis ingresos no me dan para artista, más quisiera yo, ayayay, también cantaré lo mío, que tengo derecho. La cuestión, opino, no es la alegría en abstracto, sino concretar la de quién y cómo. Tatatachán.
Sobre el aborto, por empezar por lo más sangrante, la alegría que me gusta es otra y distinta. Ellos están con la del doctor Morín y sus clínicas rompecocos mientras que uno elige la de las madres heroicas -como la divertidísima Juno, película que recomiendo vivamente- y la alegría llorona de los bebés recién nacidos, sobre todo. Otro ejemplo: prefiero acompañar en el sentimiento a las víctimas del terrorismo que la mínima complicidad con la izquierda abertzale. Y antes que el alivio de un aprobado por la cara, soy partidario de la felicidad de la lección aprendida a fondo. Es lo que me pone, lolailo.
¿La canción de los celebérrimos les parece a ustedes más chispeante que la mía? Natural. ¿Será por el chumba chumba? No sólo: es algo constitutivo. A ellos, un poema de Mario Benedetti, ja, ja, ja, les resulta el no va más de la poesía contemporánea (contemporánea, ejem, de ellos). Entre que no les llega la voz y la emoción del engagé, fíjense qué temblor. Y entre gallito y gallito, picotazo (a la derecha). Contagian satisfacción consigo mismos, con Benedetti y con el Gobierno de Zapatero. Se sienten literalmente en la gloria, chin, chin, chin.
A mí, en cambio, Benedetti me toca un pie y las voces de nuestra inteligentsia me suenan, lo siento, a hilo musical en la sala de espera de un dentista. Soy un cenizo, debe de ser, porque ninguna canción, tarararará, de los cuarenta principales me satisface del todo. Encima, cualquier eslogan me parece una chorrada. Puestos a pedir, yo aspiro al himno de las esferas. Será que tengo alma, lo que según Luis García Montero es un infortunio. Mi vídeo electoral perfecto iría con letra de Homero o Dante o Kierkegaard o Chesterton o Gómez Dávila, y con música de Bach.
Eso -lo sé- es electoralmente imposible, así que no puedo evitar una sombra de melancolía. Pero que no les confunda el sombreado: sin necesidad de alucinógenos ni de estupidofacientes, sin canon digital ni aplauso general, conservo una alegría insobornable. La defenderé incluso -amenazo- cantando. Chin pun.
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