¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Visto y Oído
DEBAJO de la cresta de David Muñoz, de Dabiz, hay talento sublime, visión y ambición, por eso el joven chef triestrellado no es sólo imagen, postureo trangresor, exceso punk y llaneza malsonante, sino también fe en sí mismo, resultado, exigencia. La provocación se diluye en el reconocimiento.
Él prometía que su docu-reality sería "espectacular", pero El Xef no es espectáculo, sino documento. Testimonio de cómo se mantiene el nivel más alto en la alta cocina revolviendo los propios planteamientos de la gastronomía refinada.
El Xef es estrés, humo, sudoración, un esfuerzo desbordado que evidencia al espectador que en el mundo de las estrellas, incluido el de la guía Michelin, nada es casualidad y pocas cosas se regalan por la cara.
Cuatro estrenaba el domingo el programa de Dabiz pero, que conste, está alejado de la bacanal gamberra de las promociones que vimos semanas atrás. Es cámara al hombro y enfoque a las palabras desde los ojos para desplegar cómo el restaurante Diverxo se ha convertido en un icono de las formas y las texturas comestibles, escapando de todos los convencionalismos. Este es un interesante programa convencional para descubrir una figura heterodoxa. El propio ego de Muñoz empalaga por lo que su serie es de digestión lenta. Su contenido es para interesados y no es el cacharreo de los Gipsy Kings, ni tiene nada que ver con las princesas de Luján.
Cuando abundan tantos programas de cocina que en realidad no son de cocina, El Xef sí lo, es aunque no se detenga demasiado ni en la comida ni es las explicaciones de su elaboración. Es un programa para Cuatro, pero también, sin estridencias, habría recalado perfectamente en La 2 y entonces habría tenido mucha menos audiencia y muchos menos curiosos creyendo que por algún lado iba a aparecer Cristina Pedroche con transparencias.
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