
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La chapuza de la calle Zaragoza de Sevilla
La aldaba
Un paseo por la calle Zaragoza es el camino más corto para hundirte el ánimo como sevillano. El tramo entre San Pablo y Doña Guiomar reabrió el 29 de noviembre tras siete meses de obra para cumplir con el objetivo descrito así por el propio Ayuntamiento: "Con esta reforma integral de la calle Zaragoza, Sevilla sigue avanzando hacia una ciudad más cuidada, más sostenible, más respetuosa con el medio ambiente y con una estética que aúne tres elementos fundamentales: tradición, modernidad y funcionalidad. Por un lado, se ha recuperado la imagen tradicional de esta vía con el adoquín de Gerena en la calzada. Seguimos con el objetivo de conseguir una estética ordenada en nuestro plan estratégico de recuperación del centro de la ciudad". Un simple paseo basta para comprobar que son innumerables los desperfectos, que se han rellenado mal los huecos entre los adoquines, que muchos bailan por bulerías y que la lluvia ha contribuido a evidenciar una chapuza que ha costado 2,1 millones de euros. ¿Por qué tantas veces el resultado de las obras es tan lamentable en una ciudad como Sevilla? ¿Por qué no hay un control de calidad? ¿Por qué tenemos que estar parcheando o reabriendo calles?
Sin ánimo de coaccionar ni amedrentar a ningún gobierno ultrasensible (¡de ninguna manera!), es urgente que alguien del Ayuntamiento pase hoy mismo por la calle y haga el catálogo de fotos y vídeos de todos y cada uno de los desperfectos para que la empresa adjudicataria proceda a dar explicaciones y fijar la fecha de reparación. Los barandas corrieron a hacerse la foto del final de la obra en un tramo de la calle, pero no tuvieron la cautela de comprobar si estaba hecha con las debidas garantías. Ocurrió en años anteriores con la Plaza Nueva, donde hubo que someter el pavimento a un tratamiento con bujarda. Sucede en la Avenida de la Constitución, donde un extraordinario reportaje de José Ángel García da cuenta de una pavimentación que parece de ciudad bombardeada, y se sufre ahora el problema de una obra mal hecha solo cuatro meses después de su costosa y chapucera ejecución. Nuestros dirigentes deberían dejar el populismo, el folclore, las redes sociales y la sobreexposición social para estar encima de las obras. A lo mejor hay que captar menos turistas chinos y emplear más diligencia en los controles de calidad. Tal vez haya que hacerse menos la víctima, no ejercer de ganso en cartas al ministro como explicó ayer Juan Manuel Marqués con precisión de cirujano y perder menos tiempo en pregones de bares para que los gerentes y altos directivos noten la presión de quien les va a pedir responsabilidades por el resultado de una obra que es una vergüenza, un despropósito y que ofrece la peor versión de una ciudad que se merece más. Nos han tomado el pelo.
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