Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Hagamos un poco de memoria histórica. En los últimos años 60 –lo que ahora se llama tardofranquismo–, la revista humorística La Codorniz publicó en portada una tira cómica en la que se veía a un lugareño corriendo angustiado detrás de un cerdo que rodaba cuesta abajo por una colina. El pie de texto decía: “El cerdo de López rodó”. Los que vimos aquella portada –mi padre era suscritor de La Codorniz– captamos enseguida la burla: Laureano López Rodó (con mayúscula) era el ministro comisario del Plan de Desarrollo, en aquel momento uno de los cargos más importantes del franquismo. La revista fue secuestrada (aunque llegó perfectamente a los suscriptores por correo postal), pero al dibujante no le pasó nada: ni fue perseguido ni encarcelado ni siquiera enjuiciado. El cerdo de López rodó, pero su tocayo ministro –que era del Opus Dei y una persona muy inteligente– ni siquiera fingió molestarse por la broma. Y ahí acabó la cosa.
Cuento esto porque acabo de leer que el ministro Puente está muy preocupado por los insultos que recibe en la prensa. Tanto es así, que ha montado un equipo de asesores –pagados con dinero público– que se dedican a rastrear las publicaciones buscando bromas o burlas ofensivas. Es curioso que un ministro que apenas conoció la dictadura demuestre mucho menos encaje ante las críticas que el cerdo de López (nos referimos al gorrino que rodó, no al señor ministro). Un político en ejercicio debería saber a lo que se expone, y si no quiere recibir críticas ni insultos, lo mejor que puede hacer es retirarse a vivir en un monasterio cartujo. Que sepamos, a Mariano Rajoy le pegaron un puñetazo –fortísimo– en plena calle, y a José María Aznar le pusieron una bomba en el coche que no lo mató de milagro. Es cierto que los dos eran –son– fascistas de la derecha más extrema, pero entre llamar “antropoide” a un ministro o pegarle un tortazo –o incluso ponerle una bomba– debemos admitir que todavía hay una diferencia notable.
El caso del ministro Puente demuestra que nos gobierna gente que tiene la edad mental de un adolescente de 12 años. Esta gente vive con la cabeza puesta en TikTot y se dedica a explotar a todas horas su patético narcisismo al mismo tiempo que no para de lloriquear para exhibir el victimismo más morboso y más fraudulento. Así es nuestra época. Pobres ministros. Y pobres cerdos.
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