¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Uno de los placeres que ofrecen los largos días de verano es que nos dan ocasión y desahogo para chusnear de forma desordenada en unos y otros libros de las más raras materias, y también para sumergirnos en lecturas que piden calma y solaz. Con entusiasmo, intercambiamos libros con otros letraheridos, nos mandamos recomendaciones por teléfono, cargamos mutuamente las maletas con opúsculos que, sumados, juntan un peso enciclopédico. Un caos libresco, que ni de coña te consientes el resto del año, toma el salón por estas fechas.
Va a ser por haber estado curioseando estos días el ensayo Un mito moderno: de cosas que se ven en el cielo, en el que el viejo C. G. Jung analiza el trasfondo psíquico que hay detrás de la fascinación por los ovnis, que me ha dado por preguntarme por la carga simbólica y las connotaciones sociológicas de este pronto que le ha dado a los más ricos de subir al cielo. El pasado 20 de julio, Jeff Bezos, su hermano Mark, Wally Funk (de 82 años, a quien en su día no la dejaron ser astronauta por ser mujer) y Oliver Daemen -estrictamente un niño de papá- se montaron en un pepino con forma de pepino y estuvieron 10 minutos en las alturas. Una ascensión, incluso una asunción en cuerpo y alma, en toda regla. Bajaron del cohete con cara de hacerse subido en los cacharritos de la feria. El Bezos nº 1, incluso, con su sombrero de cowboy, como si le hubiera tocado en la tómbola. Sólo falto que el más jovencito bajara de la cápsula soplando un matasuegras. Con todo este circo, ¿qué nos quieren decir?
Jeff Bezos está cerca de dios. Digo "dios" con minúscula, porque me refiero a él mismo, y al dios dinero. Está más cerca de ser dios, o al menos un semi. Las mitologías nos ubican a los dioses en los cielos, y a ellos ha mirado el ser humano desde siempre, esperando señales y respuestas. Los grandes héroes se codean con los dioses; "estar en la gloria" va estrictamente de esto. El resto de mortales los miramos subir con propulsión a chorro de dinero, y sabemos que a la vez esto es un gran anuncio de Blue Origin -como las avionetas con letrero en forma de estela que antes pasaban por la playa- y futuro manjar de ricos horteras galácticos. Nos cuenta que las mujeres (lo properly vende) también podemos tocar las estrellas. El sombrero no es baladí. El toque regionalista, tan en boga últimamente, esta vez nos habla de la identidad de quien nos mira desde arriba. ¡Ay, si mi Jung de mi alma levantara la cabeza!
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