El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
SUFRIMOS la matraca de los motivadores en las redes sociales, en los mensajitos de los azucarillos y en los medios de comunicación cada vez que se acaba el verano o tras las fiestas de Navidad. Todos tenemos que estar por narices al cien las veinticuatro horas del día, como si fuéramos esos pelmazos que animan a los ciclistas que escalan un puerto de montaña, esos tipos que se ponen a correr junto al cabeza de carrera y lo someten a una brasa que hace temer una repentina agresión liberadora. Reclamamos nuestros derecho al aburrimiento, la melancolía, la tristeza y, sobre todo, la calma. Déjennos en paz, pues de tanto orientar, instruir y casi adoctrinar pretenden seres débiles, por tanto manejables, y dependientes de ayuda emocional continua. Pero hay una realidad quizás peor, más antigua y que supone justo el ejemplo opuesto: los catastrofistas. Se trata de pájaros de mal agüero que te recuerdan lo mal que debe estar, aunque no estés mal. Es el típico individuo al que le dices que tienes novia y te suelta: “Pues ya despídete de los amigos”. Le comunicas que te vas a casar y te dice: “¡Se acaba lo bueno: la libertad!”. Si vas a ser padre:“Ahora te cambia la vida, ojú!”. Si tienes un hijo:“Prepárate para dormir mal y verás cómo se dispara el gasto de casa. Ah, ya no eres la prioridad”. Tienes un segundo hijo:“Ten cuidado porque en estos casos uno más uno no son dos”. Hace la primera comunión el niño:“Ea, pues ya se acabó la infancia, ya dejará de admirarte y no te hará caso”. Se te muere alguien:“Ya nada será igual, debe estar muy mal”.
Por supuesto se toman la licencia de valorar tu estado físico: desde el peso a la disminución de cuero cabelludo. Este tipo de personas que andan sueltas por la calle son tóxicas, hay que alejarlas de uno porque confunden la sinceridad con el mal gusto, el hablar con claridad con la mala educación y revisten de ayuda (no pedida) con anhelo de control morboso. En realidad pintan con sus palabras un perfecto autorretrato: son derrotistas, absorben la energía positiva de su interlocutor y te quieren arrastrar a su fango. No soportan tratar con alguien que tiene criterio propio, que administra sus decisiones, que toma sus decisiones y que sobrelleva los efectos. Responsabilidad se llama. La vida para ellos tiene que responder a troqueles convencionales, previsibles, anodinos y que no aportan ningún enfoque nuevo. Son cobardones aculados en el burladero de su plúmbea vida cotidiana como un toro manso. Hay que huir de motivadores y catastrofistas, de los aspirantes a gurús, de los consultores, de los algoritmos y de todo lo que tiende a fijar pautas convencionales. A la hoguera de la indiferencia con todos ellos.
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