¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El clarete y La Roldana
Los nacionalismos han buscado captar en el mundo de las letras nombres con los que lucir un buen linaje de escritores adeptos. Así, los nacionalistas catalanes lograron –gracias a sus confabulaciones en torno al uso de las lenguas– ganarse un amplio número de partidarios. El Honorable Pujol, incluso antes de su reinado, fue un lince utilizando el dinero de la Banca Catalana para fabricarse una larga lista de firmas dispuestas a crear patria, tras recibir cargos, prebendas y premios. De esta manera consiguió hundir la Banca Catalana, aunque sus nefastos efectos económicos acabaron pagados, sin embargo, con dinero de todos los contribuyentes españoles. Fue una primera amnistía, consentida interesadamente por quien gobernaba entonces en la Moncloa. Un episodio tan olvidado como ilustrativo de cómo el castellano y los catalanes que escribían, o habían escrito, en castellano fueron desterrados ladinamente de la cultura de la nueva patria. El canon de los escritores catalanes lo impuso Pujol, de manera tajante, a través de una Enciclopedia Catalana que, incluía o excluía, en función de un solo criterio: la lengua. Y los otros catalanes, los que no siguieron esa consigna, o no aceptaron esa llamada maniquea, fueron silenciados y dejaron, por tanto, de tener un sitio en la literatura de su tierra. Ha sido una infamia más, que prueba cuán rancios son los nacionalismos; pero, por fortuna, otros editores han intentado compensar esos fanatismos, publicando a los otros catalanes, como una afirmación para que calidad y libertad literaria no queden solo en manos de inquisidores y censores. Buen ejemplo de ello, lo acaba de mostrar la editorial sevillana El Paseíllo, recuperando una obra de Néstor Luján, en la que se dan elementos que la convierten en un acontecimiento literario, cultural, incluso político. Porque Néstor Luján supo compaginar con igual entusiasmo la escritura en catalán y en castellano, dentro, a su vez, de la tradición culta, cosmopolita, hedonista y liberal que él encarnó desde la dirección de las páginas de Destino, uno de los semanarios que mejor preparó a los lectores españoles para la llegada de la democracia. Pero, además, esta magna obra, Historia del toreo, editada por primera vez en 1954, encierra otro mensaje: fue escrita cuando Barcelona era una de las cabeceras de la actividad taurina e intelectual española. Y todavía mantiene, junto a la delicia de su prosa, la misma capacidad reflexiva de entonces. Por tanto, esta manifestación cumbre de la tauromaquia escrita vuelve para explicar la fiesta y desmentir a los que viven de inventarse prohibiciones y fronteras.
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