¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Cuando la conocí no tendría más de 12 ó 13 años. Su padre, el trianero Curro Fernández, era uno de mis cantaores favoritos en la faceta del cante para el baile, y su madre, Pepa Vargas, de Lebrija, me encantaba por su pureza cantando los estilos de su tierra. Cuando en los ochenta salió la Familia Fernández, compuesta por este matrimonio y sus tres hijos: Esperanza, Paquito y Joselito Fernández Vargas, revolucionaron el mundo de los festivales de verano.
Esperanza quería ser bailaora, pero se le apareció Lole Montoya y vio la luz: ahora quería ser cantaora. Más tarde descubrió a la Niña de los Peines, la sevillana universal, la mejor cantaora de todos los tiempos, y comenzó a hacerse una cantaora enciclopédica, larga. Luego, Enrique Morente, Camarón y Lebrijano –el trío revolucionario del cante contemporáneo–, le dieron el sentido de la libertad para crear y tener un discurso propio.
Hoy, la sevillana es una cantaora que no imita a nadie, que hace una reinterpretación muy personal de la tradición y que sabe estar en un escenario sin sentirse incómoda. Es, en definitiva, una de las mejores artistas del cante flamenco marcada por una familia trianera y lebrijana, criada en Sevilla, entre el Tiro de Línea y Triana, o sea, amamantada en la mejor escuela de cante del mundo. Es descendiente del legendario cantaor y herrero trianero Curro Puya, tatarabuelo de su padre. O sea, bisabuelo de Juan José Vega, abuelo de nuestra protagonista, El Vega, que cantaba por soleá como solo se puede cantar en Triana.
Tuvo la suerte de criarse en una familia flamenca, gitana, pero no se quedó solo ahí. Tradicionalmente, salvo excepciones, las cantaoras gitanas se han ceñido a los cánones y han huido casi siempre de las innovaciones. Esperanza no, se ha abierto a todo tipo de aventuras musicales, sin eludir incluso lo más atrevido. No se podía quedar en las cantiñas de Pinini y los tangos de El Titi. Por eso hoy no podemos calificarla solo de cantaora, sino de artista, en general, capaz de bordar unas soleares y de cantar con toda una orquesta sinfónica.
Dejó atrás los prejuicios, que son siempre una rémora, para crecer como artista, pero sin perder la esencia, porque como buena gitana sabe que el legado familiar y de los pioneros no debe ser mercancía negociable. Por tanto, el reconocimiento que va a tener mañana en Andújar, recibiendo el galardón Rafael Romero El Gallina, un clásico de la pureza flamenca, es más que merecido. Es un premio que la dignifica como cantaora y que honra también al gran maestro de la caña. Un acierto del Ayuntamiento de la localidad jiennense. Allí estaremos.
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