La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Este fue el título elegido, en 1902, por Blasco Ibáñez para dar cuenta de ciertos problemas sociales enclavados en su tierra valenciana. Y consiguió articular, a partir estos dos elementos simbólicos presentes en el título, una de sus novelas más apreciables. Ha pasado más de un siglo, y cañas y barro han mostrado que esconden la misma rebeldía de entonces. Elementos convertidos en naturaleza indómita se burlan de los avances del progreso y del esfuerzo humano destinado a someterlos. Ver hoy esas imágenes –en las que, de nuevo, cañas y barro abandonan campos y huertos para adueñarse de manera salvaje de las calles de los pueblos– ha sido toda una lección que habría que saber interpretar. Por eso, en estos negros momentos, tal vez ayude a reflexionar sobre esta desgracia, la lectura de las grandes novelas valencianas de Blasco Ibáñez. Junto a Cañas y barro, sus otros títulos Arroz y tartana, Florido mayo, La barraca y Entre naranjos, relatan cómo se incubaron los desmanes que han provocado estos lodos. Pero hay algo más que reclama la presencia profética de Blasco en esta nueva situación. Aunque se le haya olvidado, Blasco Ibáñez ha sido el escritor-intelectual más comprometido, en España, con una actividad política propia, independiente, que desenmascarase la abulia interesada de los partidos tradicionales. Se mostró desencantado entonces, hace más de un siglo, tal como deben estar ahora, en este catastrófico trance, tantos otros valencianos. Por eso, se lanzó, sin abandonar su producción literaria, a crear plataformas (periódicos, editoriales, universidades populares) que surtieran de ideas y proyectos a los otros desencantados. Con su energía, y el prestigio y dinero que le proporcionaban sus libros, fundó numerosos medios de movilización ciudadana. Fue su reacción ante la desconcertante parálisis de todos los partidos políticos existentes. Conoció juicios, destierros y exilios, sin que por ello se amedrentara su voluntad a la hora de difundir sus ideas reformistas y modernizadoras. Tales atrevimientos no disminuyeron sus triunfos literarios. Todo lo contrario. Sin desmentir, en cada nuevo libro, su ideario democrático y europeo, se convirtió en el autor español más traducido y leído en el extranjero. Por ello pudo y supo alimentar unas plataformas que activasen una sociedad civil que entonces resultaba tan necesaria. Una conciencia ciudadana que igualmente resulta necesaria reavivar en estos días. En Valencia y en el resto de España, porque ante lo que está ocurriendo todos los españoles debe sentirse concernidos. Ojalá la herencia de Blasco Ibáñez no se haya perdido del todo. Y la estén encarnando, ahora, esos miles de voluntarios que, ante la imagen de desconcierto y abandono proyectada por una clase política desnortada, se han lanzado a la calle para ayudar a unos ciudadanos debilitados por peligro, esta vez no solo simbólico, de las cañas y el barro.
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