La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Somos frágiles, también en Sevilla
Entre Danas y Errejones ha llegado cierta calma podrida a las Tres Mil Viviendas. Decía por aquí José Antonio Carrizosa, en impecable columna, que debemos dar por seguro que nada va a cambiar en el gueto, dicho sea con su nombre sin anestesia, el cual seguirá oculto bajo los felpudos “de la ciudad de la gracia, la ojana y los golpes de pecho”. Sevilla, salvo dignísimas excepciones, siempre dio la espalda a su muladar. Queda ahora atrás el periodismo de los histriones, los reportajes de impacto para audiencias carroñeras. Se ha enfriado ya el fuego que deja Vulcano en su fragua, aquella operación policial que sólo demostró músculo fugaz y espectáculo. De ahí, también, el cuadro que ahora queda, como esas resmas de marihuana tiradas en contenedores y que ilustraron el bodegón del día después en el gueto.
Recordaba Javier Rubio en Canal Sur Radio al gran reportero Julio Fuentes, asesinado en Afganistán en 2001. Baqueteado en guerras y conflictos, el veterano plumilla dijo en visita a la Sevilla de atrás que nunca había visto tanto acopio de armamento como el que halló en las Tres Mil Viviendas. Es el mismo depósito de armas, más sofisticado aún, que llenó de vistosas chiribitas de fuego la consabida noche de autos en la que Sevilla fue un aceptable remedo de Beirut.
Da pudor escribir como extranjero sobre el problema secular de las Tres Mil. Sin quererlo uno obvia el silencioso denuedo de vecinos, particulares y colectivos implicados en favorecer la convivencia en la república de los estigmas. La memoria sigue trazando un córtex entre las Tres Mil y la vida que tantos de nosotros hemos llevado al otro lado del gueto. Recuerdo que la ruta escolar de mi colegio por Su Eminencia dejaba a un lado el cuadro más degradado de la barriada. Se veían cúmulos de cochambre, cabras atadas a farolas, reuniones lumpen, fogatas piratas, carcasas de coches calcinados, perros sarnosos, ropa tendida en cordeles callejeros.
Me acuerdo que en los días lluviosos solía quitar el vaho de los cristales del autobús para poder ver mejor el contraparaíso de la ciudad. Su Eminencia era también la ruta hacia los tirones de bolsos con motos y los robos a pedradas contra las lunas de los coches. Algunas calles de las Tres Mil siguen teniendo nombres de obras literarias (Cañas y barro, Edipo Rey, El nombre de la rosa, Luces de bohemia). Al otro lado, junto al Parque Guadaíra, quedan las hectáreas del club Pineda. El verdor engreído de sus campos de golf señala la bisectriz que delimita la Sevilla de los pudientes de la de los excluidos. Los clanes se organizan cada cual a su modo.
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