¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Uno de los nombres más sorprendentes del antiguo nomenclátor de Sevilla era el de calle del Horno de las Brujas, aunque su origen histórico no es tan misterioso como su título parece indicar. La actual Argote de Molina contenía hasta el siglo XIX cinco calles que discurrían, de abajo a arriba según la pendiente, entre su confluencia con Conteros y el principio de Manuel Rojas Marcos en el ensanche donde se encuentran la Gota de Leche y la Iglesia de San Alberto. El segundo de dichos tramos rotulados, desde la esquina con Francos y Placentines hasta el inicio de Estrella, recibió en el siglo XVI los nombres de Castellanos y de la Cadena, y aparece documentalmente desde 1631 como calle del Horno de las Brujas. Este curioso apelativo se debe a la existencia en una de sus casas de un horno regentado por dos hermanas nativas de Brujas (Bélgica), las cuales elaboraban tortas, panes y bizcochos al estilo de su tierra; el obrador era heredero de uno anterior en el mismo lugar, que fue conocido como Horno del Águila. Horno de las Brujas sería rotulada como Montepío desde 1862 hasta 1868, fecha en la cual se unificaron las cinco calles con el rótulo genérico de Argote de Molina en honor a este humanista y genealogista sevillano del siglo XVI. Estas recortadas callejuelas mantenían en el pasado un gran tráfico de carruajes, provenientes en su mayoría del muelle y que se dirigían a la alhóndiga, provocando muchos accidentes y atropellos.
Hasta aquí los datos históricos, que se vieron modificados a lo largo de los tiempos por el devenir de algunas leyendas populares. Se hablaba de un horno perteneciente a unas brujas maléficas que realizaban actividades de magia negra en aquelarres y quemaban niños vivos, llevando a cabo sus prácticas antinaturales en unas galerías subterráneas. Asimismo, la supuesta salvación de un pequeño de las abrasadoras llamas para el horneado a manos del franciscano S. Diego de Alcalá (siglo XV) se elevaría a la categoría de milagro. En cualquier caso, esas galerías en el subsuelo del entorno son conocidas mediante estudios recientes que determinan su relación con unas antiguas termas romanas halladas en la calle Abades. Hoy en día, la c/ Argote de Molina asiste en Semana Santa al tránsito de cofradías entre Conteros y Francos, atestiguada en el ámbito cofradiero como la “cuesta del bacalao” por su leve pendiente y la presencia en la esquina con Francos de una reproducción artística de este pescado, reliquia de un comercio extinto. Este primer tramo estaba rotulado antaño como calle del Ciprés, por uno que allí se erigía, una denominación más prosaica que la del Horno de las Brujas y menos sujeta a la infinita imaginación humana.
En El coloquio de los perros, ambientada en parte en Sevilla, Cervantes escribe: “La más famosa hechicera que hubo en el mundo /.../ congelaba las nubes cuando quería /.../ tuvo fama de que convertía los hombres en animales, y que se había servido de un sacristán de seis años en forma de asno”.
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