Las dos orillas
José Joaquín León
Noticia de Extremadura
La actual calle Céspedes transcurre desde el principio de Santa María la Blanca hasta el tramo de Levíes donde está el palacio de Miguel Mañara, dentro del barrio de San Bartolomé de la antigua judería sevillana. Hasta 1880 terminaba en recodo englobando una parte de Virgen de la Alegría, fecha en la cual se abre el final hasta Levíes. Su nombre se debe a la presencia desde el siglo XVI de una casa-palacio del noble linaje de los Céspedes en la esquina con San José, donde hoy en día se levanta un hotel. En el plano de Olavide de 1771 consta como calle del Corral del Agua debido a la existencia en el nº 19 de un gran corral de vecinos con esta denominación, cuya vida se prolongó hasta los años setenta del pasado siglo. Estos corrales eran muy abundantes en Sevilla en otras épocas, llegando a más de doscientos a finales de la centuria decimonónica y con varios de ellos en el barrio de San Bartolomé. Era una calle tenebrosa por aquel entonces, apareciendo en 1882 en el periódico La Andalucía una reseña sobre una fábrica clandestina de monedas: “Ha sido descubierta en dicha calle, habiéndose incautado troqueles, varias larvas de metal y otros utensilios, así como monedas falsas con el busto de la reina Victoria de Inglaterra”.
El Corral del Agua recibía el nombre por la espléndida fuente que se hallaba en su amplio patio y que suministraba con soltura el vital líquido a la vecindad, constituida por más de un centenar de personas. La vida social era alegre y solidaria, pero en condiciones precarias al proceder casi todos los requerimientos esenciales de servicios comunes: suministro de agua, lavaderos, letrinas, tendederos, cocinas... Su pasado es denso y triste en algunos de sus capítulos, pues tuvo un papel destacado cuando se desencadenaron los lamentables sucesos relativos al intento de extinción de los gitanos a nivel nacional conocido como La Gran Redada. Según una Real Orden dictada en julio de 1749 por Fernando VI, la principal medida sería la separación de hombres y mujeres “para evitar que se reprodujeran”: miles de varones con niños mayores de siete años fueron encerrados en su mayoría en el arsenal de La Carraca en San Fernando (Cádiz), también en Cartagena y Ferrol, mientras las mujeres con niños menores de esa edad eran concentradas en la Alcazaba de Málaga. Este desvarío genocida orquestado por el innoble marqués de la Ensenada y legalizado por el monarca se desvaneció en pocos meses, por su imposibilidad y por reticencias de parte de las clases ilustradas. A finales de ese mismo año fueron liberados muchos de ellos, y unas setenta mujeres de raza gitana provenientes de la concentración malagueña fueron internadas en el Corral del Agua bajo vigilancia. Hasta que Carlos III no firmó su Pragmática Sanción de 1783 no se intentó integrar a los gitanos sin medios represivos, zanjando un lacerante y sorprendente episodio de la historia de nuestro país que se desarrolla precisamente en el proclamado Siglo de las Luces...
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