¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Bayona es el nombre primitivo que tuvo la calle sevillana Federico Sánchez Bedoya desde el siglo XIII hasta 1900, salvo alguna otra denominación pasajera. Presenta un tramo que comienza en la Avenida de la Constitución y es seguido por otro más corto en ángulo recto que desemboca en García de Vinuesa, muy cerca de donde se levantaba la Puerta del Arenal de la antigua muralla urbana. En ella se ubicaron las dependencias para el pago del almojarifazgo de Indias, impuesto correspondiente a las mercancías que entraban o salían del puerto hispalense durante su monopolio comercial con el Nuevo Mundo. Esta circunstancia determinó la existencia en la calle de casas-almacenes de mercaderes, incluidos los de esclavos, casas de juegos y posadas como la acomodada del comediante Tomás Gutiérrez, lugar de alojamiento de su amigo Miguel de Cervantes durante su residencia en Sevilla desde 1587 hasta 1600 de modo más o menos estable. El genio de las letras españolas trabajó como comisario real de abastos requisando trigo y aceite por diversas localidades andaluzas para las galeras reales, y también como cobrador de alcabalas y deudas. Estuvo excomulgado por la requisa de partidas de trigo de propiedad eclesiástica y preso por irregularidades en su gestión de recursos públicos en Castro del Río (1592) y en la Cárcel Real de Sevilla desde septiembre de 1597 hasta abril de 1598, donde, según se deduce del prólogo a la primera parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, concibió su novela universal: “Bien como quien se engendró en una cárcel donde toda incomodidad tiene su asiento y donde triste ruido hace su habitación”. Esto debe interpretarse como que lo imaginó, pues es imposible que lo comenzara en un lugar tan siniestro, aunque conociera en presidio a personajes del hampa como Giñés de Pasamonte, protagonista de una de las aventuras quijotescas.
Sevilla rinde homenaje a Cervantes, principalmente, con un busto junto a la antigua cárcel, una calle céntrica entre San Andrés y San Martín, una glorieta en el Parque de María Luisa y diecinueve paneles cerámicos (de los veinticinco originales) distribuidos por la ciudad que reflejan la presencia de la urbe hispalense en sus textos. Las placas fueron diseñadas en 1916 por José Gestoso, redactadas por Luis Montoto y fabricadas en el taller trianero de José Mensaque y Vera, quedando constancia en una de ellas de la posada de Tomás Gutiérrez en la calle Bayona, lápida que se encuentra hoy escondida tras una reja en la fachada del edificio del SAS frente a la Avenida de la Constitución. Cervantes amaba a Sevilla y siempre la tuvo presente, apareciendo en seis de sus doce Novelas Ejemplares, en la comedia El Rufián dichoso, el entremés El Rufián viudo y, aunque el Caballero de la Triste Figura nunca atravesara Despeñaperros, en numerosos capítulos del Quijote: “Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan fuerte y hecha de bronce”...
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