
Postdata
Rafael Padilla
Resurrección
Mi Señor del Silencio ante el Desprecio de Herodes en la proa de su paso. ¿Qué le espera? ¿Hacia dónde le empuja el soldado romano? ¿Hacia dónde otro, con burlona cortesía, le invita a ir? ¿Qué hay más allá del dorado precipicio sobre el que se asoma? Está escrito: “Después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato”. De Herodes a Pilatos, en sevillano, se dice calle Feria. Le esperan, pues, burlas, látigo, espinas, sentencia, cruz y muerte.
Ninguna imagen de un misterio sevillano está tan indefensamente expuesta sobre su paso, ninguna se deja empujar con tan abandonado abatimiento, ninguna borra las figuras que componen el misterio como mi Señor del Silencio cuando se le ve venir de frente. Lateralmente asombra el poderío del grande y alto canasto, la perfecta composición, de trono a Señor, ordenada en los dos grupos del Tetrarca con sus cortesanos y la soldadesca que lo lleva a Pilatos. De frente, en cambio, todo se borra y solo se ve al Señor. Está junto a él el soldado haciendo su reverencia de burla; está al fondo la mirada de Herodes, despectiva pero también asustada porque cuando oyó hablar de Jesús creyó que era “Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”; y está el paso poderoso, alto, que nos lo trae con su andar valiente, severo, exacto. Pero es como si no estuvieran. Solo se ve al Señor que en su encorvado abatimiento parece inclinarse hacia nosotros, baja su mirada como si sus ojos buscaran los nuestros. ¿Lo veo y lo siento así porque soy de allí? No. Ningún paso de misterio provoca tan gran avalancha de ternura como este.
Esto sucederá mañana por la tarde. Hoy y mañana por la mañana, y así desde que el martes por la noche los enfrentaron, lo que en San Juan de la Palma se representa, prefigurándolo, es el encuentro entre Jesús y su Madre en la calle que tiene por nombre la advocación de la Virgen amarga. En ninguna otra iglesia y sobre ningún otro paso se representa la cuarta estación del Vía Crucis: “Jesús se encuentra con María. Llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro”. No pudiendo soportarlo –Amore langeo, de amor me consumo, está escrito en el palio de la Amargura– dos miradas se rehúyen, por amor, en San Juan de la Palma.
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