La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
El grande de los pequeños de mi familia ha aceptado desde hace ya algún tiempo que el día se haga noche. Entiende, y le parece “justo” (sic), que el sol cada tarde se vaya a América, “porque tiene que calentar a los niños americanos para que no tengan frío”, dice. Le insisto en que el sol hace su viaje (ya habrá tiempo de enmendar las imprecisiones de mi explicación) no solo para calentar a los niños, sino para que sea de día. Pero él pasa de la idea de claridad, se aferra al asunto térmico: de noche refresca, con sol hace calor. No lo saco de ahí. También me incordia con preguntas tales como “Tita, ¿quién es España?”, pero eso ya es harina de otro artículo.
Lleva razón el angelico. Aquí y ahora el sol principalmente calienta. A quienes no tenemos más remedio que guardarnos de sus rayos, los conceptos noche y día resultan secundarios. Todo es penumbra en casa, 24/7. En la del pueblo han comprado un ventilador de techo de tal calibre y velocidad que avioneta el entendimiento y hace volar las servilletas. Es como estar en un helipuerto. Quienes no podemos, o no todo el verano, practicar el “turismo de rebequita” (la opción predilecta de cada vez más sureños) adoptamos una actitud sin nombre que es el punto exacto entre la desesperación y la resignación, algo así como una desesperación resignada. El confinamiento covidiano resultó menos duro que un día detrás de otro sin poder ver el sol, ese que tanto calienta, ni siquiera desde el balcón. Los refugios climáticos, como bien recuerdan colectivos vecinales de Sevilla, no pueden consistir únicamente en abrir los centros cívicos. En la ciudad de los 44 grados hay cuatro piscinas públicas: tocamos a una piscina por cada 172.177 habitantes. En cuanto a sombras fresquitas, vamos regu: el mismo PP que en la oposición exigía –con razón– que se convocara la Mesa del Árbol, y calificaba de “inexplicable” que no se le diera importancia a este foro sobre el arbolado, está tardando lo más grande en convocarla, a pesar de las peticiones formales que se han efectuado, porque patatas. Tenemos toldos, eso sí, en las zonas más comerciales y hosteleras del centro. Menos mal que existen parques como el del Alamillo, en el que a la caída de la tarde tantas familias extienden el mantel sobre el césped.
Mencionaremos también lo que no tenemos: electricidad en algunos barrios de Sevilla, que en plena ola de calor sufren continuos cortes de luz. Cerro-Amate, pongo por caso. ¿Quiénes sufren esta situación y quiénes son los responsables de atajar, en vez de eludir, el problema y cada una de sus causas? ¿A quién le toca garantizar el suministro? ¿A quién, invertir de forma igualitaria en el servicio básico por el que cobra? Para obtener respuestas efectivas, realistas y completas, las vecinas y vecinos están sudando la gota gorda.
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