¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
La aldaba
El bar La Centuria cierra en la Plaza de la Encarnación. Popular por sus calentitos para los desayunos y meriendas, anuncia un traslado al número 2 de la calle Imagen que más que una mudanza es un retranqueo. Hay que desearle la mejor suerte posible, que no le ocurra como al bazar Victoria, que tuvo que cerrar en la manzana de la Fundación Cajasol y abrir en el número 28 de la calle Francos, pero sólo duro año y medio en el nuevo local. La mejor forma para que el comercio tradicional no cierre y siga siendo seña de identidad de una ciudad es ejerciendo como clientes. No podemos esperar a que el gobierno local de turno apruebe incentivos fiscales, conceda distinciones a los comercios emblemáticos o entregue premios de reconocimiento. Sólo hay que comprobar la cola que se forma cada mañana en la calentería de la Plaza de la Magdalena para tener claro que hay negocios y productos de toda la vida que son el mejor ejemplo de la denominada economía productiva.
Los calentitos, como las funerarias y las farmacias, nunca quiebran. Distinto es que las rentas de alquiler se disparen, los dueños de fincas quieran hacer caja al sacrificar los edificios de residentes para apartamentos turísticos y los problemas que provocan accesos nada fáciles a determinadas zonas del centro hiperpobladas de guiris que están de paso y que prefieren desayunar aguacates, frutas tropicales, leche de soja y pan de centeno. Los calentitos no fallan, pero todavía no los hemos exportado en versión sevillana. Un papelón de calentitos es una joya matinal que no se desprecia y que reajusta el cuerpo al trasnochador siempre que se mezclen con agua. El calentito ha tenido muchos trovadores pero pocos exaltadores de los beneficios de su consumo en cantidades moderadas y en el momento adecuado, ya sea en el desayuno o como empapante tras horas de alterne en la calle. Las franquicias de calentitos no han tenido éxito como los despachos de masa frita de toda la vida. Han salido imitadores con k, como esos establecimientos de rótulos estridentes que la Gerencia de Ur(bar)nismo no cierra por falta de inspectores, con extrañas modalidades de calientes rellenos de cremas y chocolates, pues al final solo lo auténtico permanece y suma décadas de apertura, como las calenterías de la Magdalena y, sobre todo, la de Cano y Cueto. Hay quienes afirman que los mejores calientes se despachan en la calle San Eloy, hay quienes prefieren los de los puestos de las plazas de abasto de algunas barriadas, o los de la Macarena. Hay toda una ruta de las calenterías que aguantan al franquiciado invasor. Una cosa son calientes y otra churros.
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