La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Cuchillo sin filo
DE Túnez a Egipto. La mecha se extiende. Doctores tiene esta iglesia, y pienso por ejemplo en mis buenos amigos Emilio González Ferrín, que además es paisano (culipardo como yo) y Rafael Valencia, en los maestros Roberto Mesa y Juan Antonio Carrillo Salcedo, iglesia metafórica en la que uno se siente el último de los gentiles. Un conflicto paradójico que imagino que se ve desde Occidente con un sentimiento de simpatía atravesada. Tunecinos y egipcios están hartos de comulgar con ruedas de molino y abogan por unos patrones democráticos como los de aquellos países que han tenido en esas suaves satrapías personalizadas en Ben Ali y en Mubarak parapetos contra el fundamentalismo islámico y guardianes de su hegemonía geoestratégica.
Túnez y Egipto están unidos en mi ideario de lector y en el aprendizaje de las civilizaciones: no seríamos lo que somos sin las culturas egipcia y cartaginesa. Un primer nexo es el de Gustave Flaubert, que viajó a Egipto por placer y a Túnez por exigencias del guión. Cuando empezó a escribir Salambó, la bellísima novela protagonizada por la hermana de Aníbal, sintió la necesidad de viajar a Cartago para darle más verosimilitud a su relato. No se conformaba con el quietismo imaginativo de Julio Verne. Es la novela en la que describe la ferocidad de los honderos baleares.
Viajé a Egipto en agosto de 1987, pero en realidad donde quería ir era a Túnez. En las guerras púnicas, siempre iba con los cartagineses: los mejores partidos de fútbol los jugué en el campo de Asdrúbal, con un piso de carboncillo por su cercanía a las minas abiertas en mi pueblo junto al antiguo poblado cartaginés. Hace un cuarto de siglo, en el verano de 1986, en dos viajes en autobús a Algeciras para cubrir el trofeo de fútbol Ciudad de la Línea, leí la novela de Patricia Highsmith El temblor de la falsificación, que transcurre en Túnez. Una historia de intriga y suspense con toques pastiches y con una capacidad pasmosa de la autora para obligarte a hacer el mismo viaje que hizo Flaubert para que Salambó no se pareciera demasiado a Emma Bovary.
Cuando le pronuncié la palabra Túnez a Benítez, de Viajes Marsans, me dijo que no había una sola plaza libre. A todo el mundo le había dado por irse a Túnez ese verano del 87. Le quedaba una plaza libre para Egipto. Recorrí el Nilo en el crucero Isis & Osiris. Las cosas estaban todavía relativamente en su sitio. Los conflictos eran domésticos. No habían llegado Crisis & Osiris. Me llevé una nota con el nombre del restaurante de El Cairo que me apuntó Perico Barbadillo: Felfela. La mecha ha huido a Egipto, como José, María y el Niño, a los que no dejaban tranquilos los romanos. Que se lo pregunten a los cartagineses.
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