La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sevilla cambia y evoluciona
Había jurado por Tutatis que no escribiría sobre la polémica de la Cabalgata, pero, al fin y al cabo, qué es la vida sino un rosario de pequeñas traiciones a todo aquello que uno dice, piensa y ama. Ahí va.
Aunque es un proceso que comenzó hace años, ha sido en estas navidades cuando hemos tomado conciencia de que asistimos a una verdadera explosión cámbrica de heraldos y cabalgatas, algo que, sin que se sepa muy bien por qué, molesta a algunos avinagrados de la ciudad. Hará más de dos décadas, el arribafirmante cubrió para el periódico en el que trabajaba entonces el primer heraldo del Ateneo, el fetén. El cortejo, apenas un puñado de beduinos y el cartero real a caballo, salió de la antigua sede de la Docta Casa y avanzó por Tetuán hasta el Ayuntamiento ante la mirada extrañada de los transeúntes, que se preguntaban qué diantres era aquella carnavalada. En un alarde de orginalidad y de periodismo new wave titulé la cosa como “Ha nacido una tradición”. Lo que no sabía entonces es que el parto había sido como de perra, es decir, que habían nacido tantos heraldos como barrios tiene Sevilla. No sé a los demás, pero a mí no me molesta. Sevilla es una ciudad muy grande y hay gentío para todos los heraldos y cabalgatas que nos inventemos. Es más, propongo que un año de estos hagamos una Cabalgata magna, una gran conga de Epifanía en la que se unan todos los heraldos, reyes, visires, estrellas de la ilusión, beduinos, Papás Noel de hipermercado, policías a caballo, voluntarios de Protección Civil y currantes de Lipasam que en el mundo han habido y diseminen por toda la ciudad un inmenso manto de azúcar pegajosa en el que se queden pegadas hasta las botas de los pocos punkis viejos que aún existen. Al fin y al cabo, qué es la Cabalgata sino una procesión de invierno, una síntesis entre el carnaval que está por venir y la Semana Santa; entre el elemento religioso de los tres Reyes Magos (no olvidemos que son santos que reciben piadoso culto en no pocos lugares) y el cachondeíto de la batucada y los trompetas vestidos de almirantes bananeros. No es casualidad que los más cabalgateros sean los capillitas. Conclusión: cuantos más cortejos, mejor. Y a ver si el señor alcalde se baja del burrito sabanero de una vez y recupera la del Polígono Sur.
Y lo del adelanto... ¿Qué decir? Que a mí ni fu ni fa. Pero que no se esconda nadie detrás de los niños. Hace ya muchísimos años que la Cabalgata fue asaltada por los maduritos que no pudieron cumplir sus sueños navideños en la niñez. Y ahora, todo el mundo a trabajar, que ya está bien.
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