La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Hay escenas que son la película en la que habitan y que incluso las sobreviven al margen de otras memorias y lecturas. El final de Casablanca, la última frase de Red Butler en Lo que el viento se llevó, Ovidi Montllor mirando pasmado el desnudo de Alicia Sánchez –omito el Último tango en París y la escena más morbosa porque la verdad de su rodaje nos lastima a quienes amamos esa película de Bertolucci– y sin ninguna duda la extraña escena del comedor de El discreto encanto de la burguesía de Luis Buñuel. Entonces nos pareció un acertado disparate, un retrato cruel e inmisericorde de una clase social que hacía –incluso hace– de las formas su particular bandera identitaria. La burguesía, hija de la revolución y de la guillotina, protagonista de un cambio radical del sistema de poder, timón de una manera de hacer riqueza emparentada con el progreso y no con la heráldica. Cierto que desde la crisis financiera de 2008 el sistema parece haber cambiado de eje. Ya dijo Sarkozy que habría que reinventar el capitalismo y algunos ensayan el regreso al pasado –liberalismo en la economía, feudalismo en la política, totalitarismos sin careta– mientras otros parecen el inventor chiflado que huye del laboratorio dejando al monstruo suelto. Esa huida hacia delante es la que da el partido que de toda la vida ha defendido a la burguesía catalana, la más europea, la más culta, la más pactista, la más sensata (o eso creían y creíamos). Desde la puesta en escena del procés hasta el espectáculo de la semana pasada en el Parlament a Buñuel le han salido unos competidores de diez en la burguesía catalana, como a Berlanga le andan imitando algunos personajes de sus hermanos de clase de Madrid. Lo del seny ya parece de izquierdas, como si hubieran perdido, como clan de intereses, todo su instinto de supervivencia. Adiós a su prudencia, a su capacidad de aggiornamento y, sobre todo, fin de una tradición de pactismo y acomodación que garantizaba estabilidad y hasta cesiones siempre que la cuenta de resultados gozara de buena salud. Si miramos la última década lo cierto es que la antigua Convergencia –hoy la mermada Junts– más allá de la independencia no parece ofrecer más que una muerte del padre, una huida de casa con menos planes que un homeless. La sociedad democrática se debate entre los derechos de unos y los privilegios de unos pocos –desde el ultraliberalismo que ahora queremos importar a los modelos europeos que basan su estabilidad en la mayor o menor intervención del Estado en los mercados, sobre todo en cuestiones de primera necesidad– pero, ¿se sabe a quiénes defiende la derecha catalana? ¿Dónde buscará acomodo esa gente que tan bien le fue con los Pujol y se tiró a la cacerolada? La esperpéntica escena de las defecaciones de Buñuel se ha hecho realidad. A ver quién tira de la cadena.
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