¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
NO deja de ser llamativo que haya gente que defienda que una mujer sea “dueña de su cuerpo” –así dicen– para abortar pero no para venderlo al mejor postor. Es decir, en el caso que ahora nos interesa, para prostituirse. Sin embargo, esta contradicción se da permanentemente en el sector del llamado feminismo clásico, el de las viejas glorias, entre las que se encuentran gentes tan admiradas y admirables como Amelia Valcárcel. Otras no tanto. Leemos en estas páginas que Susana Díaz –¿se acuerdan?, la tertuliana que antes fue presidenta de la Junta– se ha sumado a otras compañeras para lanzar un manifiesto en el que piden la expulsión de los cargos públicos socialistas que “soliciten, acepten u obtengan un acto sexual de una persona a cambio de una remuneración o beneficio del tipo que sea”. Lástima que tanto celo moral no hubiese cundido antes, cuando algunos socialistas hicieron correr alegres el champán en el Don Angelo’s, histórico burdel sevillano junto al campo del Betis que fue derribado para levantar en su solar una de esas farmacias abiertas las 24 horas. Aquellas farras de cubatas y meretrices se pagaron con el dinero de los parados, lo que añade un punto de sarcasmo a la tropelía. Ya sabemos por Koldo y el Tito Berni que la corrupción socialista tiene especial debilidad por el amor mercenario.
La prostitución es un mundo muy complejo que no se puede encerrar en cuatro directrices ideológicas, aunque históricamente así se ha intentado. No existe una gran diferencia entre los clérigos que se apostaban en las puertas del Compás de la Laguna (el barrio rojo de la Sevilla del Siglo de Oro) para advertir a los clientes de las penas del fuego eterno y los políticos que ahora amenazan con la expulsión del paraíso socialista a los que paguen por sexo (imaginamos que esto afectará también a las mujeres y hombres homosexuales que recurren a los servicios de un chapero, práctica más extendida de los que muchos puedan creer).
Claro que la prostitución es un asco y que muchas veces esconde terribles historias de explotación y podredumbre moral. Pero si algo demuestra la historia es que no se puede extirpar a golpe de legislación. Probablemente no exista ningún sistema para conseguirlo. Eso sí, se deben poner todos los medios para que esta actividad –a la que por algo el lugar común señala como “el oficio más antiguo del mundo”– no suponga una violación de los derechos de las mujeres y hombres que la ejerzan. En este asunto, el feminismo podemita siempre tuvo una visión mucho más realista y lúcida que la de las viejas glorias apoyadas por el PSOE. Queramos o no, hay burdel para rato.
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