La Buena Leche

03 de septiembre 2024 - 03:07

Del veraneo regreso con una nueva devoción que añado al abigarrado retablo de mi capilla doméstica: la Virgen de la Buena Leche de Lebeña. A ella le pido que apacigüe las malas pulgas que galopan como miuras por mi nuca cada vez que abro el periódico. Sé que no está bonito, que lo suyo es presumir de moderación y frialdad analítica, pero, aunque la doctora Rivero nos enseña a no abusar del recurso facilón del determinismo genético, a veces, solo a veces, uno no puede dejar de sentirse una marioneta en manos de fuerzas que deben remontarse a alguna oscura cueva paleolítica. Resumiendo, no soy más que una simple víctima de la legendaria mala leche de los antepasados.

Santa María de Lebeña es una talla policromada del siglo XV en la que contrasta el rostro hierático de la Virgen con la ternura y el dinamismo que le imprime a la imagen un rubio niño Jesús que se agarra al pecho desnudo de su madre. En la urbanidad burguesa la acción de amamantar está completamente proscrita de los salones sociales. Debe realizarse en las dependencias estrictamente domésticas. Sólo las gitanas y algunas activistas muestran sin recato sus tetas cuando su pequeño mamón exige su ración de leche. Sin embargo, en esta vieja iconografía cristiana no hay ningún recato en enseñarnos el seno desnudo de la Madonna. Su contemplación produce un efecto sedante, como de orfidal nocturno o de afternoon whisky, capaz de mitigar los ardores combativos que provocan los telediarios, las aventuras ilustradas de Puigdemont o el tocomocho del concierto catalán. Allí, en aquel templo mozárabe de Lebeña, entre las escarpaduras del Desfiladero de la Hermida, con la Montaña Palentina aún en la memoria y sintiendo la acción gravitatoria de los Picos de Europa, la comedia española pierde intensidad y la Buena Leche nos alimenta y pacifica.

La Virgen de la Buena Leche tiene una cuidadora excepcional, una aborigen de la Montaña que es toda atención y amabilidad. Nos explica a los presentes las peripecias de la talla, su robo por unos desaprensivos y la recuperación años después por la Guardia Civil. Durante su ausencia, el pueblo se negó a sustituirla por una copia. Nunca he comprendido mejor en qué consiste el aura. Pero la mente, esa perra ladradora, siempre termina devolviéndote a los boletines informativos, a los tuits de los tarados, a las mentiras programadas... Y la Buena Leche se hace requesón, se espesa y agría hasta hacerse imbebible. Por eso me compré la estampita y la metí entre las páginas de un libro, como un “detente bala” o un amuleto calcolítico. ¡De la mala leche, protégenos, oh mi Señora de Lebeña!

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