¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Los usos sociales están en constante cambio. Hábitos de hace quince años han desaparecido sin que nos hayamos dado cuenta y han aparecido otros que hoy asumimos como si lleváramos practicándolos toda la vida. Ayer mismo, con las fiestas por fin acabadas, había cola a las doce del mediodía para tomar el brunch en una cafetería franquiciada de la Avenida. Lo del brunch suena casi peor que el verbo visualizar, pero es lo que hay. O lo que se visualiza, mejor dicho. Tenemos gente para hacer esperas hasta un ocho de enero. Hace una década no se apreciaban esas estampas. Hoy es muy habitual que un coche se pare de repente junto a unos contenedores, se baje el conductor, abra el maletero, saque una o dos bolsas de basura y las deposite donde es debido. Y es frecuente que los automovilistas obligados a esperar acaben tocando rabiosamente el claxon en señal de protesta mientras un motorista trata de colarse por la derecha poniendo en riesgo los retrovisores y aupándose a la acera al mismo tiempo que el ciudadano responsable selecciona ora el contenedor de vidrio (que provoca una cascada estruendosa), ora el del cartón (casi siempre saturado), ora el de restos orgánicos. Y se lía la gresca. “¡Qué quieren que haga si no tengo un contenedor cerca!”.
El alcalde le contó ayer a Salomón Hachuel en Radio Sevilla que hay que reformar la distribución de los puntos de recogida de residuos. Se nos van las energías con los grandes proyectos pendientes de Sevilla y se nos olvidan algunas reformas que son fundamentales en nuestra vida cotidiana. Y que por ser necesarias en el centro influyen negativamente en la imagen de toda la ciudad. Sevilla es más que el centro, indudablemente, pero el turismo del que vivimos nunca viene para visitar barrios fuera del conjunto histórico declarado. Los contenedores soterrados son una verdadera inutilidad. Se colapsan muy pronto. El personal acaba dejando los restos en plena calle en torno a las bocas de los recipientes. La recogida es compleja, obliga al uso de un camión grúa de grandes dimensiones, que parece de juguete y que obliga a paralizar el tráfico mucho tiempo. Hay que agradecer que muchos vecinos se tomen la molestia, al menos, de transportar la bolsa de basura en el vehículo. Mucho mejor que la cohorte de maleducados que dejan la porquería en los alcorques de los naranjos de Alemanes o en las puertas de la casa palacio de tres plantas reconvertida en catorce apartamentos turísticos con los balcones transformados en tendederos. Que la basura siga viajando en coche. Y que el Ayuntamiento abra una aplicación digital para que sepamos en tiempo real los contenedores que están más próximos y no se encuentran hasta la corcha de porquería.
También te puede interesar