La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Con la pandemia el tiempo se nos ha hecho pastoso. Pero la vida, como siempre, sigue fluyendo con su lógica invariable. Por eso, entre otras cosas, las jacarandas se tiñen ahora de vistosos morados. El fin del estado de alarma trajo consigo el festín de los jóvenes. Lo hemos visto en los noticieros. El sábado bebieron a gollete, danzaron y cantaron. Es probable que también orinaran, vomitaran y se besaran y metieran mano. La noche cedió al jubileo de las hormonas. Plazas y calles más o menos recoletas volvieron a ser el gran recreo del botellón. En la Alameda de Hércules se cantó a coro el Bella ciao de los partisanos italianos. Los jipi-flamenquitos sacaron chispas a sus guitarras. Para gozo de quienes nos entusiasma el supuesto arte y donaire de nuestra tierra, tocaron y berrearon como si no hubiera un mañana. Se dice que a los jóvenes la pandemia les ha hurtado un año de porvenir. Por eso en Sevilla, como en media España, han querido beberse el mañana de un lingotazo. Al porvenir lo llaman así porque no llega nunca, decía Ángel González. Pero estas cosas, tan molestas, se aprenden con la edad. Pareciera que la aburrida tribu de la mediana edad quisiera aguar el festolín de la juventud. El personal sanitario ha puesto el grito en el cielo por las llamadas fiestas de la vergüenza. Muchos nos hemos reprimido. Desde el mullido sofá hemos visto las bulliciosas escenas en la tele. No sabríamos decir si hemos sentido compasión, si enojo o si indiferencia. Desde hace ya años la población envejece en la medida en que hoy por hoy no se acepta que envejecer y hacernos caducos es el único futuro que existe. El tiempo siempre ha sido una ironía. Se encumbra a la juventud, al hecho de ser joven, por mucho que los anuncios de seguros y bancos nos digan que con la edad de oro llega la auténtica felicidad. Por la juventud del botellón -que no es toda la juventud- sentimos una distancia fría, pero no amarga ni rencorosa. El caso es que en buena parte hoy somos lo que leímos un lejano día. El Viaje al fin de la noche de Céline no es ningún himno de primavera. La juventud es descrita aquí como una estafa para crédulos. Leemos que de pronto, un día cualquiera, uno descubre que la juventud es sólo un cúmulo de ridiculez. Y uno se da cuenta de ello precisamente cuando aún es joven. La juventud hay que verla pasar con su tufo de engaño y estupidez. Y así, viéndola pasar, nos colocamos del otro lado del tiempo, que es cuando se ven cómo son en verdad la gente y las cosas. Es lo leímos antaño y lo que más o menos hemos sentido desde el sofá.
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