¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Sine die
El verano llega a su fin y pronto entraremos en una nueva estación. El clima, que tanto influye en las personas y en sus comportamientos, pondrá punto final a una serie de costumbres que caracterizan desde hace tiempo a los meses estivales. El otoño parece una vuelta a la normalidad, al encuentro con uno mismo y con la vida cotidiana, la primavera se asocia a la melancolía, tal vez a lo pusilánime, pero el verano se ha convertido de un tiempo a esta parte en la estación más tonta del año. Y digo tonta, porque parece que las calores y los días largos dan asiento con más facilidad a esa ingente cantidad de simplezas que asolan a nuestra sociedad.
La televisión es una gran ventana a la extendida necedad y un buen parámetro para ver por dónde respira el personal. Si durante el año la calidad en la programación televisiva es una rara avis que se pone de manifiesto con cuentagotas, en verano es aún más escasa, por difícil que parezca. La ñoñería y la banalidad encuentran en la estación veraniega su momento de esplendor e incluso los informativos, a los que se les debe suponer un cierto rigor y seriedad, se llenan de vulgaridad no exenta de frivolidad. Resulta curioso ver cómo los niveles de audiencia aumentan de forma espectacular cuando los temas tratados rayan en la ordinariez y el mal gusto. Los mercenarios que conducen esos programas, yo me niego a llamarles periodistas, profesión que es algo más serio y está llamada a ocupar un papel importante en la sociedad, así como los chichiribailes que por allí pululan, alimentan los instintos más bajos de la condición humana y, lo que resulta increíble, gozan de una legión de seguidores que dan una imagen clara de aquello en lo que se está convirtiendo nuestra sociedad, la llamada del bienestar, la que algunos califican como la mejor preparada de la historia. Tanto gasto en presupuesto educativo, nunca el suficiente, para esto, para que proliferen los analfabetos funcionales, los que saben leer y escribir a duras penas, pero que son incapaces de pensar porque no se les enseña a ello ni maldita la falta que les hace, dirán algunos. Lo que llaman una ventana al mundo se ha convertido en una puerta a la estupidez, salvo honrosas excepciones que solo interesan a una minoría. Las cifras confirman que mientras más bazofia se programe, más altas son las cifras de audiencia. Qué gran descubrimiento.
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