Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
HAY dos curiosas paradojas en la llamada memoria histórica. La primera es que dos de los partidos que más se han empeñado en su imposición a la sociedad española, PSOE y PCE, tienen enormes responsabilidades en la violencia política desatada entre 1931 y 1939. Por decirlo claro, arrastran una historia criminal que los inhabilita para la moralina en la que se han instalado. La segunda es que esas dos mismas formaciones, que presumen de ser los guardianes de la memoria de la República y sus presuntos defensores, sufren de una terrible amnesia cuando los hechos históricos son muchos más recientes. Es decir, cuando nos referimos al terrorismo de ETA y sus más de 800 muertos. En algunos casos, sobre todo en el entorno morado y pecero, este olvido se produce por motivos claramente ideológicos. No es que no se acuerden de ETA y sus antenas políticas y mediáticas, es que directamente creen que sus asesinatos –así lo ha dicho claramente Pablo Iglesias– estaban justificados o, al menos, tenían algún tipo de disculpa ambiental. En otros casos, ocurre con el PSOE, el olvido de los años del plomo etarra se debe a la aritmética parlamentaria y a la obsesión de Sánchez de mantenerse en el poder a toda costa. No le gusta, pero está dispuesto a tragar con todo con tal de seguir para aprobar leyes tan importantes para España como la Trans, la de Memoria Democrática o la de Protección Animal.
Toda esa amnesia le ha explotado al PSOE en la cara –como si de una carta bomba se tratase– en plena campaña electoral. Bildu, la heredera de ETA, ha dejado de jugar a los buenos y ha presentado a 44 etarras en sus listas electorales a los municipios del País Vasco (o Euskadi, como dicen los que saben vascuence). Los barones socialistas –muchos de ellos se juegan la poltrona– claman como plañideras y, ante su electorado, intentan desmarcarse del idilio del Gobierno de Sánchez con los filoetarras. Pero también ejecutan una maniobra de escape un tanto peculiar al afirmar que el “PP es igual al pactar con Vox”. Es decir, iguala a un partido que acoge a terroristas en sus listas con otro, el de Santiago Abascal, que presenta a no pocas víctimas de ETA. Vox podrá gustar o no, pero que sepamos no alberga a criminales, como sí hacen los socios del Gobierno. Cierto es que el próximo 28-M no se elige un nuevo Parlamento, pero también que a muchos les va a costar votar a un partido al que no le importa ni l dolor de tantas familias destrozadas por el terrorismo ni la dignidad del Estado español.
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