La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Mi reino por una silla... en la Magna de Sevilla
la canción del verano
ME bebo tu cocacola. Te dejo el vaso vacío. Y sigo bailando sola, o con algún ligue mío. Estoy bailando es un himno de despecho, la elegía de un amor que acaba apuñalado por el zorreo de una noche de verano. Un calentón para desairar al amante, tal vez un tipo infiel, despreciable o desabrido. Un grito cantado que insulta al otro mientras su protagonista se entrega al baile solitario, esperando como una gata sobre el zinc caliente a que acuda un vengador que culmine esta revancha sentimental tras una ruptura pactada entre chasquidos.
"Con dientes y uñas yo me defiendooo", exhalaban las tigresas hermanas Goggi, Loretta y Daniela, vestidas con un body, como si se hubieran escapado del trapecio del circo de Ángel Cristo. Con todas las piernas al aire, esta oda desgarrada al estilo italiano pop despidió a los años setenta del Mediterráneo como una serenata punzante. La discoteca parece aún apurar sus cartuchos cuando las hermanas Goggi anuncian que están bailando. Oigan. Es el baile como redención propia y liberación frente a una pareja opresora. Quién sabe cómo eran aquellos novios ficticios de las Goggi. Tipos macarras, con bigote y cejas sin depilar, camiseta agarrada y pestazo a Varón Dandy mezclado con sudorina.
Muchísmo antes de que Shakira fuera la Loba, estas hermanas de las que poco más supimos por estos territorios zampados al mar, llegaban en pie de guerra, dispuestas a apurarse todos los cocacolas ajenos y a comerse las noches. O lo que hiciera falta. Glub.
Estoy bailando fue la revisión de Rafaella Carrá, convertida así en Anna Magnani. Una adaptación viscontiniana de aquello de para hacer bien el amor hay que venir al Sur. Las mujeres cantaban que ya no estaban dispuestas a ser sumisas, obedientes y comprensivas. Pero este feminismo discotequero no pasaba de ser un revanchismo de bragueta.
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