
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La ciudad merece una Santa Justa mejor... y sevillana
Engañó el sol al azahar, una tarde de marzo, saliendo tras muchos días oscuros de lluvia. Los más imprudentes se habían abierto. Pero lo más sabios permanecían encerrados en sus botones, conscientes de su fragilidad una vez que desplegaran sus pequeños pétalos y estambres. Esperaban que el tiempo cambiara y sol saliera. Y salió, un día. Y se vivió una tarde que por fin parecía de marzo. El aire, cálido. La luz algo pálida, es cierto, como si estuviera convaleciente; pero suficiente para convocar cuaresmas después de tanto gris.
Lo notaron los nazarenitos del escaparate de La Campana, los capirotes de la Antigua Casa Rodríguez, las túnicas desperezándose en los armarios y las que se prueban a los más pequeños por si hay que echarles el dobladillo, el ir y venir por las redes de las solicitudes de insignias y cruces, la pancarta por fin seca que en San Esteban anuncia El Rincón del Nazareno.
Lo notaron en el interior de las iglesias en las que entraba esta luz convaleciente las Vírgenes vestidas de hebrea, la mirada alzada al cielo por fin claro del Cristo de las Misericordias en su altar de quinario, los palios montados sobre las parihuelas aún sin revestir, los dorados canastos con los zancos desnudos, la plata que volvía a brillar en las dependencias de las hermandades.
Lo notaron los sevillanos, hijos de esa clara ciudad, que con tanta nostalgia evocaba desde un Madrid gris Rafael Cansinos Assens, “donde las puertas están sólo entornadas, donde los frutos se extravasan de los cercados, donde las almas se abren para dejar salir sus secretos, donde las manos rasgan jugando las telas más hermosas para enjugar heridas, donde la carne está ávida de abrirse en heridas profundas”. Concluyendo que “en esa ciudad clara de gracia tu alma no se hubiera cubierto de nieblas de congoja”. Más días grises de congoja que claros de gracia hemos tenido. Y las almas se alegraron, se sintieron revivir, esas pocas horas, apenas dos días, en los que el sol puso marzo en su hora en punto.
Y también lo notaron, para su desgracia, los prudentes botones de azahar que no habían cedido a la tentación de abrirse. Sintieron la calidez del sol llegar hasta el protegido útero en el que sus pétalos y estambres aguardaban a desplegarse. Y rompieron blancos, abriéndose. Pero era un engaño. Volvió la lluvia, sin piedad, con encarnizamiento. Y el suelo se cubrió de diminutos cadáveres blancos.
También te puede interesar
Lo último