
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El encanto de las prohibiciones en Sevilla
He escrito aquí más de una vez que la peatonalización de la Avenida, las setas de la Encarnación y la reforma de la Alameda fueron malas soluciones a la necesidad urgente de proteger de la contaminación el entorno de la Catedral y el Archivo de Indias, ofreciendo a los ciudadanos un amplio espacio peatonal; y a remediar un vergonzoso abandono que se remontaba a 1973 y otro que venía de mucho más atrás. Bien por la decisión de afrontarlos. Mal, muy mal, por la forma en que se hizo.
Dejar que los problemas se eternicen, degradándose importantes espacios urbanos, arroja una culpa gravísima sobre todas las corporaciones, ya sea en los últimos años de la dictadura o en democracia. Pero afrontarlos, tras años de abandono, de forma cara y torpe es tan malo como el abandono. Si no peor, porque suele ser más fácil afrontar un problema pendiente que rectificar una mala solución.
Se podría haber dado una solución más barata, más eficaz y menos agresiva al largo abandono de la Encarnación –¿alguien recuerda el Plan Especial de la Plaza de la Encarnación presentando en 1980-1982 por Guillermo Vázquez Consuegra e Ignacio de la Peña?–, pero ahora tenemos la carísimas setas por muchos años.
Se podría haber reformado la Alameda sin convertirla en un desierto amarillo de caprichoso diseño y sin haberle quitado los jardincillos. Ahora hay que tragársela porque, lógicamente, tras el dineral que costó la chapuza a ningún alcalde se le puede ocurrir volver a reformarla.
Se podría haber peatonalizado la Avenida plantando en su primer tramo árboles de gran porte (fue lo contrario: cortar los que iban de Santo Tomás a la Puerta de Jerez) para evitar que cada verano se convierta en un ardiente Kalahari, restituyéndole los adoquines que amortajó la marea negra franquista en vez del feo y malo pavimento de losas grises e incluso haber conservado las aceras para ordenar el tránsito de peatones, bicicletas y tranvía.
Tan mal resultado ha dado la tan necesaria como chapucera peatonalización que, solo 18 años después, no solo deberá renovarse tras la Semana Santa el pavimento –dicen que por adoquines: ¡ojalá!– entre la Plaza Nueva y el Archivo de Indias e instalarse toldos para evitar insolaciones, sino que su situación es tan lamentable que se han tenido que emprender obras de emergencia antes de las fiestas. Remendar lo nuevo se llama esto.
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