Monticello
Víctor J. Vázquez
No es 1978, es 2011
Hace nada, Podemos era el Diablo personificado para mucha gente. Hoy hecho fosfatina, fue una opción política razonable. No sólo para jóvenes, que vieron en sus propuestas luces de dignidad, de la mano de la tardía pero implacable acción judicial que, por lo penal, o sea, con posible privación de libertad, castigó a cientos de conspicuos políticos y gobernantes locales, regionales y nacionales. Sobre todo, de los dos partidos nacionales principales, PP y PSOE. Pero también de otros regionales, como el cosmos pujolista del “tres percent” (hoy, la escurridura de CiU, Junts, tiene un “dos percent” de votos: no se puede sacar más de menos).
Más tarde, ya pasada la crisis del ladrillo y el harakiri de las cajas de ahorro, Vox llegó para quedarse con la parte esquinada de la derecha conservadora, y también se vio nutrido en un caladero de votos entre jóvenes de incierto futuro, y de una clase de pequeños empresarios y obreros quemados y temerosos en sus barrios. Mientras que Vox sigue firme como un álamo junto a la ribera, Podemos parece ser cosa del pasado, víctima de un canibalismo asambleario propio de la izquierda más izquierda. Mientras, la menos izquierdosa izquierda, y la más nutrida –el PSOE– ha virado de la mano del fenomenal pragmatismo de Pedro Sánchez hacia los territorios conservadores y centrífugos. He visto cosa que no creeríais. Es de temerse que ya nunca nada volverá a ser como antes.
La decadencia de Podemos no es una buena noticia. Le guste a uno u a otro, sus logros de coalición legislativos en el Gobierno de izquierdas tienen reflejo en 37 leyes: apuestas deportivas, tasas de la universidad, salario mínimo, protección ante la crueldad contra los animales, planes de igualdad en las empresas, precios mínimos de los productos del campo, libertad sexual (asunto altamente controvertido, salvo para quien le toque), regulación del derecho a morir como uno disponga, falsos autónomos, abatimiento de la Ley Mordaza. Y 7.000 millones de ayudas directas a las empresas de hostelería, turismo y comercio, en épocas de gran zozobra nacional.
Qué mal envejecen las alusiones al Coleta, Pablo Iglesias, un parlamentario notorio; que no tuvo los redaños de aguantar el tirón. Y que dejó, en su soberbia, en almoneda a la izquierda española radical (la de raíz). Porque –todo, menos izquierda– llamar progresista a la voladura del sistema fiscal autonómico y a ridiculeces como la de las bicis como supuesto símbolo “progre” y a que haya menos lamboryini... es para echar de menos a Pablo Iglesias.
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