La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
PEDRO Sánchez es tan imprevisible que ni él sabe si renunciará, tras estos cinco días de asuntos propios para pensar. Se ha metido en algo tan grande, que la dimisión parece la salida más honrosa. Le ha confesado sus penas a todo un país sin contar con nadie, desconcertando incluso a su gente, pero él está acostumbrado a vivir en la paradoja. El PSOE sigue en shock porque dar marcha atrás, tras una decisión de este calibre, es difícil de explicar. Sus rivales aseguran que con esta finta sólo persigue adhesiones inquebrantables, como las de ayer, para proclamar que, “pese a que no me gusta lo que veo y a todo lo que sufro, me quedo por vosotros”, cual gigante protector. Pero resultaría tan burdo, que sus socios le invitan a una moción de confianza para reforzar su liderazgo, lo que tampoco colaría.
Como nadie sabe lo que Sánchez es capaz de maquinar, no faltan las teorías de la conspiración, que él mismo alimenta al denunciar un ataque sin precedentes de las derechas. A simple vista, es enrevesado pensar que sufre un chantaje, porque si así fuera, lo más sensato sería agarrarse a la Presidencia para poder negociar y salir del apuro. Ni lo dudaría, lo contrario sería impropio para alguien que vive en el alambre. Pero si Sánchez está tan seguro de que su mujer no tiene nada que ocultar y de que la investigación no se sostiene, ¿por qué amagar con dejar el cargo en vez de defender su honor por derecho? Habría sido lo normal, por más que ella no cuidara las apariencias. Hoy los más escépticos ya no descartan que se marche, pese a no encajar con alguien que apuesta siempre tan fuerte. Su entorno no se cansa de repetir que llegó al límite con el caso Koldo, el primer escándalo por corrupción que salpica al sanchismo, y que la acusación contra su esposa ha sido la gota que colmó el vaso. De ser esto cierto, exhibiría cierta debilidad en su papel de víctima. Pero Sánchez es un tiburón de la política y cuesta creerlo, viniendo de alguien que logró superar el Rubicón de su propio partido, capear una pandemia y hasta una guerra que disparó los precios, ganar unas elecciones que perdió el 23-J y aguantar lo indecible al político más odiado de este país. Sus acérrimos sostienen que él también tiene escrúpulos, en contra de lo que muchos sospechaban. Y su núcleo duro dice que lo ha visto tan “quemado”, que a duras penas evitó que dimitiera el miércoles para poder preparar su relevo con sus socios y con María Jesús Montero en primera línea. Pensando en su futuro, tendría sentido. Si no te compensa la vida que llevas, lo sensato es cambiar algo. Pero hablamos de Sánchez, el presidente que mejor ha entendido que la confusión es una de las ventajas de la democracia, el rey de la ambivalencia y los claroscuros, el orden y el desorden. La contradicción pura con su puntito de soberbia. La moneda está en el aire y le encanta jugar a cara o cruz: hagan juego. Pero los tiburones no se suelen quedar en casa.
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