La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Los terroristas no renunciaron a la "actividad armada". Dejaron de asesinar, que no es lo mismo. No hubo comandos, sino grupos de desalmados, víboras, gente inadaptada educada en el odio que segaron a sangre fría la vida de cientos de inocentes. No, no nos podemos conformar con que ahora algunos de los condenados por terrorismo y muchos de sus avalistas políticos estén dentro de las instituciones. Ese discurso que lo compren y difundan los buenistas de catálogo, los del pensamiento lanar y los abonados a la equidistancia de escaparate. Hay que recordarles alto y claro que no. Que los legatarios de ETA no han condenado en ningún momento los asesinatos, ni han pedido perdón por tanta sangre derramada, ni se han arrepentido de haber dejado tanta viuda, tanto niño huérfano, tantas familias rotas.
No, no han condenado nada como formación política que está metida en las instituciones. No han renunciado a semejante pasado. Más bien participan en homenajes a terroristas recién salidos de la cárcel, unos actos que nos provocan náuseas los fines de semana cuando tenemos que soportar las pancartas, las proclamas, el odio empadronado en las entrañas de tanto ser humano que no merecería ni la condición como tal. No todo lo legal es ético, claro que no. Algunos pueden sentarse en un escaño, apoyar las cuentas de un PSOE irreconocible y aparecer ahora como aliados del Estado al que combatieron tantos años, pero siguen siendo lo que son: asesinos o legatarios de los asesinos. No, no es rencor. Es exigencia de justicia, memoria y dignidad. Al que le molesten las víctimas que lo diga en público, que se retrate en el medio de comunicación en el que trabaje, en el partido supuestamente constitucionalista al que represente, en su comunidad de vecinos, en su peña, en su cofradía, en su bar de cabecera. A mí no me molestan.
Muy al contrario, recuerdo dónde estaba cuando mataron en Málaga a Martín Carpena, cuándo fue la última vez que estuve con Francisco Tomás y Valiente con motivo de una conferencia en Ronda, qué hice la noche en que a pocos metros mataron a Alberto Jiménez Becerril y a Ascensión García y Ortiz y, por supuesto, el mediodía que me enteré del asesinato del fiscal Portero. No era actividad armada, queridos compañeros de profesión y queridos políticos de partidos con supuesta visión de Estado. Eran gentuza asesina formada para matar que no se ha arrepentido de nada. Cada uno sabrá con quién se alía, qué apoyos está dispuesto a recibir con tal de seguir en el machito y qué memoria está dispuesto a traicionar. A mí no me molestan las víctimas. Merecen siempre honor, justicia y memoria. Y por supuesto, mi oración.
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