Ardor guerrero

No están las cosas para hacer demasiadas bromas al respecto, pero no deja de resultar curioso el repentino ardor guerrero que ha poseído a Pedro Sánchez desde que Trump decidió darle una patada al tablero en el que se juegan los grandes equilibrios internacionales. El presidente español, henchido de amor europeo el corazón, se ha sumado con entusiasmo a esa especie de movilización general que han puesto en marcha París, Londres y Bruselas. Sobre todo, se le nota cuando coge el Falcon y se presenta, en primer tiempo de saludo, en las numerosas cumbres europeas que se celebran en estos meses. De fronteras para adentro se tiene que cuidar y disimular un poco para no incomodar a sus progresistas socios de Gobierno y de Congreso que siguen anclados en el OTAN no, bases fuera que tanta nostalgia hace despertar a los que en los ochenta eran airados progres de trenca e incipiente barbita.

Este ímpetu militar que se extiende por el continente ha abducido a Sánchez con la misma fuerza que hace solo un puñado de años lo hacía un antimilitarismo de primero de manual. Cuando le ganó la pelea por la primacía socialista a Susana Díaz y se convirtió en el único candidato con posibilidades reales de echar a Rajoy de la Moncloa todavía defendía que el Ministerio de Defensa debería de ser suprimido. Bendita inocencia.

Ahora piensa justo todo lo contrario. Admite, no sin cierto sonrojo, que España se gasta menos de lo que debería en armamento y ha hecho firme propósito de enmienda, aunque no sabe muy bien por dónde tirar y ha empezado por considerar gasto de Defensa hasta lo que paga el Estado en las pensiones de los militares jubilados. Eso es lo que se llama engordar la cuenta.

La repentina conversión del presidente no debe extrañar. En primer lugar, porque ahora es lo que toca y no hay forma de salirse de esa melé. En segundo, porque Sánchez es un especialista en defender una cosa y la contraria según por donde sople el viento sin que se le mueva un músculo de la cara. La amnistía de Puigdemont y sus secuaces es el ejemplo que primero salta, pero no es, ni mucho menos, el único.

Pero hay otra razón en este cambio de orientación estratégica que va a hacer que España gaste más en armamento y, por lo tanto, menos en otras cosas. Esas otras cosas no hay que ser muy listo para saber que afectarán a las que con tanta grandilocuencia le ha dado en llamar escudo social. El motivo fundamental del entusiasmo militarista que nos invade es que España está a lo que se le diga. En la definición de las grandes políticas internacionales ni cortamos ni pinchamos demasiado. Solo nos queda sumarnos, con más o menos gana, a lo que se decida en cada momento. Ello no quiere decir que un país como España sea un cero a la izquierda, pero sí está muy lejos de prescribir doctrina en los grandes foros internacionales. Ahora se ordena ponerse el casco y el uniforme y a ello nos vamos a dedicar.

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