Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
A la Plaza de San Lorenzo no la va a conocer ni la madre que la parió. La están dejando de aquella manera con la tala de los árboles y con la reforma radical del Sardinero. La estatua de Juan de Mesa sobraba, sobre todo porque no sabemos cómo era el escultor, aparte de prodigioso con la gubia. El Sardinero se llama ahora tapería... ¡toma del frasco, Carrasco! Las taperías son esos sitios sin manteles donde se sirven "vinos y tapas". Lo de los vinos así dicho ha sido siempre de Despeñaperros para arriba, pero aquí somos como somos. Y lo de los "vinitos" en el lenguaje coloquial ya ni lo analizamos. Estamos a veces a un paso de irnos de chatos con la cuadrilla. Una persona que ofrece ir de "vinitos" debe ser tenida entre peligrosa y escasamente recomendable. Lo mejor de la nueva Plaza de San Lorenzo es que dicen que en este Sardinero de diseño atienden la mar de bien. Al menos eso hemos ganado. El malajismo del establecimiento anterior era difícilmente superable con aquel cartel que fue todo un hito al negar un vaso de agua si no se era consumidor del establecimiento. La advertencia estaba dirigida a los niños que jugaban al fútbol en la plaza. No sabemos todavía si nos seguiremos encontrando en la barra del nuevo Sardinero con esos cofrades de prestigio del Gran Poder que tomaban el café de los viernes antes de cumplir con el rito de la visita al Señor. Esos cofrades que te dejaban el café pagado en gesto de cortesía antigua y al que después era un placer corresponder al viernes siguiente. No hay cigarreras por la calle San Fernando, pero sí una ministra adolescentoide, reina de la demagogia y propagandista del odio. No hay árboles de verdad ni malajes en la Plaza de San Lorenzo, pero sí el ajetreo propio de familias y devotos. Seamos positivos, todo depende del cristal con el que se mire. Los árboles crecerán. O no. Miren la Avenida de la Constitución, ejemplo de la sombra mínima. Pero los malajes serán como oscuras golondrinas, esos no volverán. Se los llevó por delante la nueva hostelería, que rima con tapería. Han durado los árboles un poco más que el antiguo bar, pero han terminado también desapareciendo. En la Plaza de San Lorenzo siguen los niños jugando, aunque las hojas caídas no marquen el paso del tiempo. Hay un quiosco, una estatua, varios bancos y está el Señor. Los viernes siguen siendo viernes. Hay cosas que el tiempo no altera. Ahora se sirven ensaladillas de diseño con cabezas de gamba como decoración. Antes tampoco había manteles. Pero había árboles. No talarás. Y los talaron.
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