La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Somos frágiles, también en Sevilla
El árbol de la lana, Ceiba speciosa, recibe este nombre común por las fibras algodonosas que envuelven y protegen las semillas en el interior de sus frutos capsulares, siendo utilizado antaño dicho material esponjoso para rellenar colchones, almohadas o salvavidas. También es denominado palo borracho por su tronco panzudo repleto de grandes espinas cónicas –al igual que las ramas– que le imprimen una singularidad propia, constituyendo una defensa ante animales molestos y un mecanismo para disminuir la pérdida de agua. La corteza verdosa le permite realizar fotosíntesis cuando queda sin sus hojas de folíolos lanceolados en el periodo invernal. Nos ofrecen a comienzos de otoño unas hermosas flores con cinco pétalos de hasta diez centímetros, con fondo claro y extremo rosa, que pueden ser polinizadas por mariposas monarcas, colibríes y murciélagos en sus regiones nativas de Sudamérica. Los aborígenes fabricaban con su madera canoas o cayucos, de donde proviene el nombre latino de ceiba, mientras el epíteto speciosa significa hermoso. Los ejemplares más vetustos de Sevilla se pueden contemplar en el Alcázar, hallándose otros más jóvenes en el Pabellón de Cuba, los parques de María Luisa y de los Príncipes, los jardines de Cristina y de la Oliva, la Isla de la Cartuja, el Pabellón de Guatemala, el Parque Magallanes o el campus universitario de la antigua Fábrica de Tabacos; los mencionados son de flores rosadas, excepto algunos que las desarrollan blanco-amarillentas y pertenecen a otra especie, como los del Rectorado.
Merecen una mención especial los cuatro árboles de la lana que se erigen en el Patio del León del Real Alcázar, incluidos en el Catálogo de Árboles Singulares de la ciudad. El más longevo presenta un perímetro en la base de casi cinco metros, una altura de veinticinco y un diámetro de copa de unos dieciocho. Se conoce su edad y procedencia a través de lo manifestado por el poeta Joaquín Romero Murube, Director Conservador del Alcázar en aquella época, quien indica que el plantón le fue regalado hacia 1940 por una dama argentina amante de sus jardines. Este ejemplar sería el origen de los restantes, obtenidos mediante semillas o esquejes del progenitor por los jardineros del antiguo palacio andalusí. También es de gran belleza el que se encuentra en el jardín delantero del Pabellón de Cuba en la Avenida de la Palmera, con un tronco bifurcado en dos desde su base y una altura de dieciséis metros, plantado hace más de cuarenta años en el proceso de adaptación del inmueble para uso de la Junta de Andalucía. Árboles de diseño selvático que nos retrotraen a los bosques ocupados por nuestros antepasados y que nos alegran el otoño, cuando la mayoría de la arboleda de Sevilla ha perdido ya sus flores.
“Cada jardincillo de estos constituye, aisladamente, una belleza propia; reunidos entre sí... forman el más acabado conjunto de la jardinería sevillana. Son los jardinillos moriscos” (Jardines del Alcázar, Joaquín Romero Murube).
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