
NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Volverán las plegarias al dios de la lluvia
Si hemos de escoger una planta que embellece con sus flores los parques y algunas calles de Sevilla en los albores de marzo, ésa es el árbol del amor (Cercis siliquastrum), y lo hace después de que los almendros, las mimosas y los ciruelos rojos de Pissard vayan mostrando sus maravillas en el campo o la ciudad. Se adelantan escasas semanas a la floración plena de los naranjos, con los cuales coincidirán en poco tiempo, cuando la primavera haya inundado de colores y aromas los aires hispalenses. Melias, robinias, catalpas, bauhinias, acacias de Constantinopla, jacarandas, sóforas y tipuanas añadirán más tarde nuevas tonalidades a la paleta cromática de la urbe de la luz y la belleza. El árbol del amor es oriundo de la cuenca mediterránea oriental, y los emperadores bizantinos lo extendieron a la ribera del Bósforo y lo elevaron a símbolo de Constantinopla, la actual Estambul, en tanto que los cruzados lo introdujeron en Europa hacia el año mil doscientos. El apelativo amoroso de esta fantástica leguminosa proviene de la forma acorazonada de sus hojas y de la sensual explosión de las inflorescencias rosáceas que surgen en ramas y troncos (caulifloria). Cercis deriva de la palabra griega kerkis aplicada por Teofrasto, que significa nave por la forma de su fruto, mientras siliquastrum indica el parecido de éste con la algarroba. “Cuido de un árbol que robusto crece/.../ y aumenta su esplendor y su hermosura/ cuando la primavera lo florece/.../ Por eso árbol del amor se llama/ y junto a su grandeza y sus primores/ alegran mi jardín sus bellas flores” (Juan Cuerda Barceló).
El árbol del amor se halla en parques como el de María Luisa y en jardines como el de Cristina, pero no frecuenta las calles y plazas de Sevilla. Es impresionante su acompasada floración en la Plaza de América, a la que rodean alternándose con jaboneros de la China. Bonitas alineaciones pueden verse en la calle Santa Rosa del barrio del Porvenir, en la glorieta de Simón Bolívar de la avenida de la Palmera y en la avenida de Juan Pablo II, habiéndose plantado algún ejemplar en la antigua calle de Pajería (Zaragoza) tras la reciente restauración de su pavimento, mientras una variedad con flores blancas nos deslumbra en los jardines de la barriada de la Oliva. Es una planta que requiere pocos cuidados y es resistente a la contaminación, a las temperaturas extremas y a la sequía, por lo cual sería interesante introducirla con decisión en vías públicas de nuestra ciudad. Siempre acude presto a alegrarnos con sus poderosas inflorescencias los primeros escarceos de la exuberante primavera sevillana, alertando de su pronta llegada cuando las hojas apenas se insinúan. Esos bellos racimos colorean los tibios aires de marzo, que suspiran ante el renacimiento de la vida y enardecen los míticos y enamoradizos rincones hispalenses, bendiciendo los amores de aquellas parejas que se refugian bajo sus cúpulas floridas para sellar la unión entre ellos y de ambos con la madre naturaleza.
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