La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Sevilla/Un avezado lector, sensible a los asuntos de la conservación del patrimonio histórico, nos escribe para alertarnos de la proliferación de arañas en los bares. No de las que alumbran los suntuosos palacios de los que en Sevilla están San Telmo y el Arzobispal, pues la de Dueñas es una Casa, sino de las que calientan a los clientes de algunas terrazas en cuanto baja un poco el mercurio. Dan hasta miedo verlas sobrevolar por las cabezas de los turistas tomando el Aperol Spritz en vez de probar la manzanilla. Arañas que dan calor en invierno y aspersores de vapor de agua para refrescar el ambiente en verano y dejar los cristales de las gafas listos para pasarles la gamuza. En Madrid ofrecen mantas en las terrazas, pues para eso hay cámaras de seguridad. Aquí las birlarían, mejor poner arañas. En cualquier caso es mejor no usar las mantas que sabe Dios por dónde han pasado antes. Con las mantas de los bares capitalinos hay que hacer como con las colchas de las camas de los hoteles: apartarlas cuanto antes por muchas estrellas que tenga el establecimiento. Qué asco.
Nuestros bares tienen cada días más chirimbolos, o mobiliario según la terminología al uso. La pizarra que anuncia los platos, la pizarra del paellador, las mesas, las sillas, el parasol, el separador o quitamiedo si hay carril bici o una calzada próxima, los calefactores de pie (con el efecto llamarada bien apreciable) o de los de techo modelo arañas invasivas, la bombona de repuesto, el mueble auxiliar los cubiertos... Se entiende la cara de mosqueo de muchos empleados, cuando hartos de la jornada laboral, tienen que desmontar la terraza. No, no se trata simplemente de unas mesas con sus sillas. Es un verdadero tinglado que, además y como de costumbre, afea el paisaje porque lo convierte en una covacha. A todos los elementos del mobiliario, enseres o cachivaches súmenle el cuestionario expreso o tácito al que se somete al cliente en muchos casos. La modalidad más vehemente es la del que cosiste en advertir que las mesas no están para tomar café. Toma del frasco, Carrasco. Menos mal que Ramón López de Tejada anuncia la recuperación del gran café España en la calle Javier Lasso de la Vega. Deseando estamos el triunfo de Ramón, el dueño de la antigua Abacería de San Lorenzo que ahora promueve el polifacético Luis Miguel Martín Rubio. Uno lo entiende casi todo y no está en contra de nada, a excepción del calor, pero se conformaría con que dejaran tomar el café... en la barra. Porque hay sitios donde antes de la pandemia se hacia una parada para pedir el café de primera hora de la tarde con su vaso de agua fría, pero ya ni siquiera eso. Te miran como si estuvieras enajenado por pedir un simple cortado. Y te pones a mirar a las musarañas. A las arañas, perdón.
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