La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Puntadas con hilo
El confinamiento se ha convertido en una gran lección de vida. No estoy del todo segura de que, el día después, seamos mejores personas, pero sin duda seremos distintos. Y habremos aprendido a valorar algunas cosas, entre otras la labor que desarrollan los maestros. Son esas personas que nuestros hijos también echan de menos estos días, a los que dedican vídeos y mensajes en redes sociales y a los que, probablemente, se agarrarán con más fuerza que nunca si la vuelta a la normalidad viene acompañada de un regreso real a las aulas.
La docente es una profesión tristemente devaluada. Y más que de una apreciación social, me refiero al pesimismo que no esconden los profesores acerca de la calidad de su trabajo, de las herramientas que tienen a su disposición y, en definitiva, del impacto que ejercerán en el futuro de sus alumnos. Al parecer hay estudios que cuantifican, en dinero y éxito laboral, el peso que puede tener en la vida de un alumno un buen profesor.
Por eso, al margen de los mil cambios legislativos y de los recursos que se asignan a la educación, creo firmemente que lo más importante para el éxito de un sistema es la calidad de sus maestros. Vocacionales los hay en la pública, en la concertada y en la privada. Y negados también. Es más, dentro de un mismo centro, la realidad de un aula puede tener poco que ver con lo que acontece en cualquier otra. Es algo sobre lo que deberían reflexionar las familias estos días de escolarización, el proceso que tantos temores y angustias provoca y que, en muchas ocasiones, se ven motivados por el prestigio, en ocasiones, infundado que tienen algunos centros. Si fuera posible, lo interesante antes de elegir sería, más que las instalaciones, el ideario y la dirección de los centros, poder conocer al claustro completo.
Una buena vara de medir sería observar cómo están respondiendo los docentes a esta emergencia por coronavirus, ingeniando soluciones y alternativas para sus alumnos que van también más allá de las meras indicaciones que emanan de las autoridades educativas. Con los más pequeños, las familias están teniendo la oportunidad de infiltrarse en esas clases y ver no sólo qué materias se enseñan, también qué valores y conductas. Y, aunque no se pueda generalizar, creo que la experiencia es muy satisfactoria.
La educación es una potentísima arma y la cuarentena nos ha dado la oportunidad de conocer mejor en qué manos está. Y de comprender la importancia de tener a los docentes mejor formados del mundo. Lo que es bueno para ellos será bueno para los alumnos y para todos. Y ése debería ser a partir de ahora el debate que en los últimos meses se ha distraído entre pines parentales, libertades y otras polémicas.
El buen rollo del confinamiento quizás esté algo exagerado. Estaría bien reflexionar sobre el papel de los docentes en estos días en los que teletrabajar (quien pueda), sustituir al profesor y gestionar el hogar y el ánimo al mismo tiempo se ha convertido en el mayor de los retos. Y aplaudir de paso también desde ventanas y balcones por ellos.
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