La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
El pintor hizo lo que sus facultades le permitieron hacer en fidelidad a su más bien reiterativo universo –el Consejo tenía información sobrada sobre a quién se lo encargaba– sin echarle al asunto mucha imaginación para adecuarse al encargo. En esto radica, gustos aparte, el error del Consejo y el fallo más grave del cartel: no representa lo que debe anunciar. Lo que parece evocar, si acaso, es una de esas Pasiones vivientes en las que actúan los vecinos, escogiendo el pintor al mozo que representa –sin mucha convicción dramática, todo hay que decirlo– a Jesucristo. Pero resulta que lo que debía anunciar es la Semana Santa de Sevilla, cuya única razón de ser son las imágenes sagradas sacadas a la calle en culto externo. En torno a ellas –siempre su centro– se trenza una red de ajuares, músicas, miradas, sentimientos, actitudes y costumbres santas y no santas que vivifican devocional y humanamente, con todas las contradicciones de lo humano, lo esculpido hace siglos. Algo que parece ignorar este Consejo que se supone representa a las hermandades que dan culto a estas imágenes. Está claro que se ha equivocado. Salvo que con esta figura sin unción sagrada quisiera anunciar la cada vez más boyante Semana Santa sin Dios.
En la polémica posterior –interesadamente buscada– ha brillado la cateta ignorancia de quienes toman por moderno y transgresor lo que es ni lo uno ni lo otro (salvo que se tome por transgresión anunciar una cosa cuando te han encargado otra), el doctoral disparate de compararlo con los maestros del renacimiento y la patanería que considera la pintura un arte superior a la fotografía y por ello la destierran de los carteles del Consejo. A lo que se suma la mala fe manipuladora de los medios, locales y nacionales, que se tienen por serios y profesionales, pero dan eco, como opiniones dignas de ser tenidas en cuenta y divulgadas, a lo que se defeca en las redes, aprovechándolas –al grito de: ¡homófobo el último!– para denigrar hasta en programas nacionales a los cofrades a los que no gusta o disgusta el cartel.
En 1935 escribía Chaves Nogales que “los dos enemigos natos de la Semana Santa sevillana son el cardenal y el gobernador, el representante de la Iglesia y del Estado” que intentan manipular, tirando cada uno para su lado, lo que “no es obra ni de los curas ni de los gobernantes, sino de los cofrades”. 89 años después hay que añadir el Consejo.
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