La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Pros y contras de hacernos mayores. Con los años adquirimos una sabiduría que sólo la experiencia puede dar. Pero ¿de qué sirve si nadie la solicita? La vejez ofrece descuentos para ir al cine y el transporte público, pero lo que ahorramos, lo gastamos en costosos tratamientos médicos que pretenden contener los múltiples achaques que nos acompañan. Cuando nos volvemos invisibles, opinamos sobre cualquier tema con una libertad que jamás habíamos tenido antes, y aunque a nadie ofende lo que decimos, ninguno lo toma en consideración. Los más afortunados consiguen que se les oiga, pero nadie los escucha. Indiscutiblemente llegar a viejo es la mejor de las alternativas, pero es un proceso cruel en el que mientras nuestros deseos se mantienen, las posibilidades de llevarlos a la práctica se reducen a cero. Dejémonos de palabras que pretenden edulcorar la tragedia que supone envejecer. Hacerlo duele porque seguimos respirando, pero vivir es mucho más que respirar. Y ese “mucho más “se nos arrebata bajo el argumento de que nuestro tiempo ya pasó. Como los minutos “basura” de un partido cuyo resultado está ya decidido, ser viejo es morir en vida y ser consciente de ello. Así pues, aplauso de la platea por los servicios prestados, saludo agradecido desde el escenario por parte de los viejos actores y que salten nuevos gladiadores a la arena para que el circo no decaiga.
Desde que fuimos la esperanza que cambiaría el mundo; hasta que nos declaran prescindibles e innecesarios, pasan apenas cuatro o cinco décadas. El ser humano tiene un nivel de obsolescencia que muestra nuestra fragilidad. Como las mariposas, gozamos de un breve momento de belleza inigualable, y luego el frío. Los hay quienes sabedores de esta realidad consumen sus años de esplendor acumulando abrigos para cuando llegue el invierno. Se les reconoce por su blanca palidez en las playas del verano, puesto que, en vez de disfrutar del momento, viven angustiados por el futuro y no gozan del sol que ahora les alumbra. Además, carecen de humor, lo único que ayuda a soportar este drama con dignidad, porque se creen importantes y la imaginación no es su fuerte. Desconocen que el paso de los años no nos convierte en ancianos, sino en ejemplares de una edición limitada. Cuando a los importantes de cualquier presente, convencidos de ser eternos les llega el momento del adiós, sangran rencores de dolor insoportable, incluso si su retiro transcurre en el mejor de los balnearios. Hay un antídoto que no evita esta derrota irremediable, pero alivia el sufrimiento que supone. Consiste en, llegado el momento y sin afán alguno por trascender, celebrar rodeados por las sonrisas de nuestros mejores amigos, la suerte y la aventura de haber vivido.
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