NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Los profesores recuperan el control de las aulas
Gotas de sangre jacobina. Algunos extrapolaron los versos de Antonio Machado, el poeta de cabecera de Alfonso Guerra, que eligió su nombre para la librería que regentó en las calles Miguel Mañara y Álvarez Quintero de Sevilla, y tildaron de jacobino al mitómano de Muerte en Venecia. El verdadero jacobino es Pedro Sánchez en una acepción mucho más prosaica, casi etimológica. Como Esaú a su hermano Jacob, ha vendido la primogenitura por un plato de lentejas. La primera la encarnaría Felipe González, el patriarca del nuevo socialismo, que en octubre de 1982 ganó el Mundial de España con 202 diputados y ahora es objeto del síndrome de Edipo. Las lentejas son el pago a las derechas nacionalistas, mucho más reaccionarias que las nacionales. No hay más que leer a Stefan Zweig para comprobarlo o viajar por el siglo XX con Max Aub, León Felipe, Arturo Barea o Chaves Nogales.
No puede estar uno abusando de la paciencia de los lectores y de la suya propia dedicando todos estos desahogos semanales a Pedro Sánchez. He suscrito un pacto conmigo mismo en virtud del cual si el susodicho sigue en la Presidencia del Gobierno no pienso dedicarle ni una línea más. Además, con un poco de suerte, hasta me ahorraría una comida. Aprovechemos el tiempo que nos queda hasta que las lentejas releven al primogénito.
En el centenario del pronunciamiento de Primo de Rivera, la paleontología política ha encontrado indicios del tiranocursi, una mezcla entre el despotismo ilustrado (es mucho decir) y el antisistema de rigodón. Un epifenómeno de la política digno de estudiarse en los manuales de parapsicología. De Miguel Muñoz, el artífice del 12-1 a Malta, se decía que tenía una flor en el culo. El presidente en funciones tiene la arboleda perdida de Alberti que ha vuelto a regar María Asunción Mateo. A fuer de reescribir la historia, volvemos a esperar a alguien que va a cruzar los Pirineos. Es una reedición del año de la peluca. Eso se dijo de 1976, cuando Santiago Carrillo, con una peluca que le dejó el peluquero de Picasso, partió desde Montpellier con su amigo Teodulfo Lagunero para reunirse de incógnito en Madrid con Adolfo Suárez. Ese mismo año el de Cebreros relevó a Arias Navarro en la Presidencia del Gobierno, nacen El País (Areilza en la portada) y Diario 16 (Blanca Estrada como Mariana Pineda); es el año del gol de Panenka en la Eurocopa de Yugoslavia y de los Juegos de Montreal.
Esta vez la peluca es auténtica, los peines de Waterloo. Y el plato de lentejas viene con varios ingredientes: los políticos presos fueron presos políticos; Cataluña ha vivido un terrorífico clima de represión (deberían leer Habíamos ganado la guerra, de Esther Tusquets, antídoto contra el victimismo de la senyera y sus señoras: yo lo leí el 1 de octubre de 2017 en un provechoso viaje en tren). Y Sánchez, emulando a Suárez, legalizará a los partidos independentistas sin esperar al Sábado Santo.
España es una unidad de desatino en lo universal. Donde lo sustancial no cambia: el norte siempre gana, desde que se chafó el Canal Sevilla-Bonanza; la sacrosanta normalidad, eufemismo de la anestesia social, y los datos, muchos datos. Siempre ha sido así, desde el desarrollismo de los López (Letona, Bravo, Rodó) hasta el buenrrollismo de Sánchez.
También te puede interesar
Lo último