La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Tren de baja velocidad
Hace muchos años estando en el Festival del Cante de las Minas, donde cantaba la gran dama de la copla, la sevillana Juanita Reina, alguien de Sevilla le gritó: “¡Viva la calle Parra!”. Tan lejos de la Macarena, en La Unión (Murcia), el piropo la emocionó y miró hacia donde estaba el paisano, con tanta luz en los ojos que el luminotécnico apagó los focos porque no hacían falta. “Gracias, miarma”, le dijo la maestra a quien le había llegado al corazón. Y cantó Madrina como nunca la había cantado, con la jondura de una seguiriya de Triana cantada por El Chocolate. Escuché muchas veces a doña Juana y siempre me pareció que rezaba de rodillas, como me pasaba con Juan Talega, el león gitano de Dos Hermanas, aunque de profundas y viejas raíces alcalareñas: colocaba las manos como para rezar. Y es que el cante jondo tiene mucho de rezo. Doña Juana le oraba cantando a la Macarena y Juan Talega a su tío paterno Joaquín el de la Paula o a su ídolo Manuel Torre. El cante de Sevilla, la copla o el rito jondo, es como una religión.
Una noche cantaba Juana en el Lope de Vega de Sevilla y estaba en un palco Antonio Mairena. Cómo no le llegaría al maestro su cante que de una manera inconsciente, como movido por un resorte del alma, se le escapó de sus labios una saeta del Niño Gloria cantada por lo bajini: “Eres guapa y sevillana”. La saeta que Joaquín Romero Murube llamó sideral. Me encantaba cuando la artista iba a los teatros de la ciudad agarrada del brazo de su marido, el espigado y atractivo bailaor Caracolillo. Daba igual si el espectáculo de la Bienal me gustaba o no: había visto a la señora en el teatro y me había mirado con aquellos ojos negros que eran dos minas con pestañas. No necesitaba vestirse de artista ni pisar un escenario para ser la esencia del arte. La veía por la calle en Semana Santa, de mantilla, y me llevaba días sin dormir porque no se me iba de la cabeza una imagen tan sevillana y tan flamenca. Me gustaba también porque no era una folclórica más, con sus verborreas casposas, sino la artista más elegante, amena y discreta de todas las nacidas en Sevilla. Es un monumento más de esta ciudad y espero que el centenario de su nacimiento no pase inadvertido. Eloísa Albéniz, la gran profesora sevillana, me dijo que la tuvo de alumna en su academia de la Plaza de la Mata y que su madre pagaba a veces las clases con paños de croché. “Era un ángel”, me dijo.
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