¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
En 2020 se cumplirán 500 años de la llegada de los españoles a la tierra firme de América y comenzará la conquista de un continente que, hasta muy poco antes, no existía. Esa empresa la llevó a cabo Hernán Cortés, un héroe homérico, el Ulises taimado que intuye la debilidad del adversario y es capaz de asestar golpe mortal haciéndose amigo de los enemigos de su enemigo. Así conquistó tantas tierras como Alejandro Magno con medio millar de hombres y una veintena de caballos.
Sin embargo, la Leyenda Negra lo puso en su diana y, más tarde, el populismo nacionalista mexicano se cebó con él. Una humilde tumba en el hospital de Jesús Nazareno -que él mismo fundó- guarda los restos de un hombre que, aunque muriera en Castilleja de la Cuesta tras haber conferido hispanidad a los hijos y parientes de Moctezuma, quiso ser de la otra orilla reposando eternamente allí.
Un camino distinto al de sus detractores: como dejó meridianamente explicado Álvarez Junco en su libro Mater Dolorosa, en México las élites que llevaron a cabo el proceso de secesión sólo pretendían, en la primera fase -1808-, que aquel país sustituyera como metrópoli a una España atrapada en las redes impías de la Revolución Francesa y, en la segunda -1820-, separarse del ideal democrático del pronunciamiento de Riego. El cura Hidalgo y el vasco Orgambide no fueron más que españoles absolutistas aunque, luego, sus congéneres los disfrazaran de aztecas lo mismo que a los descendientes de los caballos españoles: caballos de "raza azteca" se llaman hoy aunque, hasta 1492, en el Nuevo Continente no hubiera caballos.
Lo peor de la Leyenda Negra no es que fuera, en realidad, una operación de propaganda esparcida por los ingleses en el XVII sino que, a partir del XIX, todo empezara a girar en torno a ella: se convirtió en argumento dogmático de españoles de allende como los gerifaltes de la independencia de México, y de los que, aquende, comenzaban a montar el argumentario de otra secesión; de los regeneracionistas, que recurrieron a ella para abjurar del pasado de España y de los involucionistas a los que con la negación de la violencia y desafueros de la conquista, construyeron la autopista del Imperio hacia Dios.
Ni Cortés fue porquero de niño y evangelizador de mayor, ni Moctezuma se dedicaba a la cría de caballos, ni Agustín Orgambide era el Che, ni el muro de calaveras humanas de la Pirámide Mayor del Zócalo la versión azteca de Il buon governo del Ayuntamiento de Siena. No usemos al protagonista de la efemérides (como a tantos otros otras veces) de ascua para sardina. No reduzcamos la celebración de estos quinientos años a la exigencia de la vuelta de Hernán Cortés que, a lo mejor, Cortés no querría. Dejémoslo estar en su iglesita. Tal vez sea demasiado tarde pero, dada la extensión de "quintos centenarios" en la que estamos y estaremos inmersos en los próximos años a lo mejor bastaría con que, por vez primera y de verdad, su gesta y las de otros se contaran como cuentan las suyas los demás.
También te puede interesar