¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Tiene una cualidad que solo comparte con otra Virgen sevillana: su rostro es su advocación esculpida. Solo ellas expresan de forma rotunda lo que su advocación significa teológica, mariológica y humanamente. Un alarido de dolor y un grito de júbilo al principio y al final de calle Feria. En ambos casos, dos profesiones de fe hechas “de profundis”: una, junto a San Juan, al pie de la cruz en la que agoniza su hijo traicionado por uno, negado por otro, abandonado por todos; otra, rompiendo con sus manos todas las sentencias de muerte –la de su hijo y las nuestras–, piedra descorrida del sepulcro sus ojos rebosantes de luz de resurrección.
Desde lo hondo del dolor hace la Amargura su profesión de fe contra toda esperanza, pese a sentirse tan abandonada como la Noemí del Libro de Rut de cuyas palabras, escritas en su presbiterio, nació su advocación: “No me llaméis Noemí, llamadme Mará, porque el Todopoderoso me ha colmado de amargura”. Desde más allá de la muerte cierta que a todos nos aguarda hace la Esperanza Macarena su profesión de fe apocalíptica –“Y ya no habrá más noche… Enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor”– que la hacen imagen no realista, sino simbólica, no dolorosa, sino gloriosa.
Cómo fue posible esculpir estas dos profesiones de fe hechas desde lo hondo es mérito de los anónimos imagineros que las hicieron, en el caso de Amargura acentuado por la reforma que hizo Hita del Castillo en 1763 para adaptarla al San Juan, creando una “no conversación sacra”, porque, desecha, “amore langueo” está escrito en su palio, le vuelve la cara no queriendo oír sus palabras de consuelo: ¿qué madre las quiere oír cuando ve agonizar a su hijo? Nunca están más cerca la fe y su pérdida, la certeza y la duda, la confianza en Dios y el clamor por su abandono, que en la Amargura. Como su hijo, no hubo abismo de dolor en el que el ser humano pueda caer que no haya querido bendecir con su presencia en él. Esta es la Madre del varón de dolores, cuyo retrato, en Isaías 53:3, empieza, casualmente o no, con esta palabra: “Despreciado”.
Toda mi vida, toda vida, es una calle Feria tensada entre la Amargura y la Esperanza, dos profesiones de fe –una dolorosa y otra apocalíptica– esculpidas. Un milagro. Un don de Dios. Una forma de decir Sevilla. Es noviembre en San Juan de la Palma. Está la Amargura en besamanos.
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