¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Cuando allá por 2004, tras una ausencia de década y media, regresé a Sevilla me sorprendió la enorme tirria que provocaba el alcalde. No sólo entre la Sevilla más rancia y alejada políticamente de él. También la que se tenía por progresista y avanzada lo calificaba como un peligro. Y no digamos su propio partido, en el que había carreras de sacos por apearlo del sillón. Los periódicos locales competían cada mañana por propinarle la mayor bofetada en la cara en forma de portada y el ambiente general apuntaba a que cuanto antes se fuera, mejor. Aún con todo en contra, Alfredo Sánchez Monteseirín aguantaría todavía unos cuantos años en la Plaza Nueva, gracias a una alianza con Izquierda Unida que le trajo muchos más quebraderos de cabeza que alegrías. Cuando en 2011 el PSOE perdió las elecciones, ya con Juan Espadas, era difícil imaginar un candidato con menos oportunidades. De hecho, le regaló a Juan Ignacio Zoido la mayoría absoluta más abultada de la que ha dispuesto nunca un alcalde de Sevilla. Cómo la malbarató ya es otra historia.
El misterio del rechazo que despertaba Monteseirín es algo que nunca pude entender bien y que el paso de los años ha ido agrandando. Con la perspectiva que dan los 25 que se cumplen estos días desde su llegada a la Alcaldía, creo que no habría mucha discusión si se afirma que ha sido el alcalde más importante en lo que llevamos de siglo y el único que ha dejado en la ciudad un sello claro de su gestión. Quizás sea porque el resto de la nómina de mandatarios locales merezca poco más que una nota a pie de página en la historia de Sevilla, lo cierto es que lo que hizo Monteseirín debe considerarse como la transformación urbana más significativa que ha experimentado Sevilla desde la Exposición de 1992. Y la última, por ahora.
Son altamente discutibles los criterios estéticos que se emplearon para peatonalizar la Avenida y para sacar los coches de la Alfalfa y de la Plaza del Pan. También se puede polemizar todavía sobre la utilidad de un tranvía que avanza a paso de tortuga camino de Santa Justa, a donde lo mismo llega algún día. Aún son polémicas las Setas de la Encarnación, una propuesta que en su momento fue una auténtica provocación y que hoy, aunque siguen despertando rechazo, es un hito arquitectónico que ha revitalizado el norte del caso histórico. Y qué decir del rascacielos de la Cartuja, convertido en un símbolo del paisaje de la ciudad.
Se podrá estar de acuerdo en cómo lo hizo, pero deben existir pocas dudas de que lo que hizo supuso un cambio en profundidad que Sevilla estaba pidiendo a gritos. El paso del tiempo termina poniendo las cosas en su sitio. Un cuarto de siglo da para coger perspectiva y ahora conviene hacerlo con ese periodo de la historia de la ciudad. Alfredo Sánchez Monteseirín merece ser reivindicado por lo que significó para el avance de Sevilla. Dejó una ciudad mejor que la que se encontró. No todos los que han ocupado su cargo pueden decir lo mismo.
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